Miguel Romero

CATHEDRA LIBRE

Miguel Romero


99

07/02/2022

Nos dice la numerología que este número 99 envía una llamada de atención por ser altamente enérgico y que quiere que sigas el camino del destino y «lleves a cabo la misión del alma en el recetario católico». Alma y cuerpo parecen estar de acuerdo en este dígito tan universal y expresivo: 99.
Sin duda está orientado hacia la acción y no aprecia demora en este sentido, porque si ha sido convocado para responder a la llamada del Universo, debe de hacerlo.
Hace 25 años moría un icono popular español: la bailaora jerezana Lola Flores. Y como siempre escurrió sus años, no sé si serían 97 por confesar aquellos 72 a su muerte o más bien serían estos 99 reales los que pudieran servir como edad para preservar un mito más de nuestras sociedades modernas, una niña pobre que soñaba con bailarinas clásicas y que llegase a ser apodada como 'la bailarina volcánica', ahora que está de moda ese término por la desgracia de La Palma.
Esta mujer sentó un tiempo en el bestiario español, creó un emblema como estrella del cine artificial, 'la Faraona' como ejemplo en raza y arte, la madre preocupada con alma de matriarca judía o la mujer que se enredaba en amores prohibidos, la que bailó ante Franco y acabó convertida en icono gay. Por eso, la quiero traer hoy aquí, porque las sociedades necesitan ese alimento del alma, crear iconos a los que seguir, admirar y reproducir porque en ellos se crea el espíritu de seguir siendo seres humanos ante la adversidad, huir de rupturas incongruentes cuando los tiempos son engañosos en eso de convertir la realidad en irrealidades.
Dolores González Ruiz envalentonó un tiempo en el que España necesitaba alimento del alma, ya que la libertad del cuerpo estaba prohibida; un tiempo en el que todos sabíamos qué queríamos conseguir y no podíamos lograrlo por ese imperativo inmoral. Y ahora, en estos tiempos, ¿qué?, pues sí, ahora en estos tiempos hay que sentir el peso de la grandeza por iconos como Rafa Nadal y no tanto, por esos 'Paquirrines' porque al primero se le aplaude la sencillez, el valor del esfuerzo, de la humildad como símbolo, del respeto hacia el mundo que le ha ofrecido un camino y ha sabido recorrerlo con naturalidad como ejemplo, y al segundo –producto de la incomprensión mediática y el rocambolesco mundo de la ruptura moral- hay que contemplarlo desde banalidad de una sociedad que necesita mitos sencillos que han sabido hacerse ellos solos siguiendo la línea verde del sacrificio y no cruzando esas líneas rojas de la mediocridad social. Estos últimos no tienen la culpa porque son esclavos del contenido impuesto, mientras que los primeros –son productos de su grandeza moral, hechos por sí y para sí-. Sigamos su ejemplo y mantengamos vivo el espíritu del mito cuando hay humildad como camino.

ARCHIVADO EN: Arte, Cine, Rafa Nadal, España