"El Sínodo es un camino sin retorno para la Iglesia"

Redacción
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El albacetense Enrique Alarcón presidió durante varios años la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad y en la actualidad es el presidente de Castilla-La Mancha Inclusiva Cocemfe

Enrique Alarcón García. - Foto: Diócesis

El albacetense Enrique Alarcón García ha participado como padre sinodal en las Asambleas Sinodales del Sínodo sobre Sinodalidad celebradas en Roma. A su vuelta de la última, hemos hablado con él sobre el documento final.

Enrique, ¿recuperado de tu vuelta de Roma?    

Sí, ya recuperado. Después de un mes allí y con un montón de tareas pendientes, me estoy poniendo al día y estoy muy alegre. Le doy gracias al Señor por esta experiencia tan profunda en mi vida, en la vida de la Iglesia y en la del mundo.

Definía en una conferencia el proceso sinodal como un «camino sin retorno». ¿Qué significa esto?    

Que lo que ha terminado ha sido la fase de trabajo de las Asambleas Sinodales, pero ahora viene lo más importante: implementar lo trabajado durante estos tres años. La sinodalidad, aunque algunos puedan pensarlo, no es una moda ni una etapa pasajera. El Sínodo es un camino sin retorno para una Iglesia misionera y en comunión. Desde los primeros momentos de la Iglesia, las primeras comunidades cristianas practicaban la sinodalidad. Porque la sinodalidad consiste en que todos podamos participar y sentirnos libres para acoger al Espíritu, llegar a consensos, superar dificultades y construir confianza. Ahora, con el documento final en nuestras manos, estamos llamados a ponerlo en práctica como misión de la Iglesia.

¿Cómo se ha configurado este documento final?    

Hemos trabajado desde la fase de escucha, recogiendo las voces de todo el pueblo de Dios sobre cómo debería ser una Iglesia al estilo de Jesús. En las dos Asambleas Sinodales seleccionamos las cuestiones más relevantes, priorizando aquellas que lograron mayor consenso global. El documento final se inspira en la resurrección y ofrece caminos concretos para vivir como una Iglesia misionera y en comunión, siguiendo el espíritu del Concilio Vaticano II.

¿Cuáles serían esas prácticas y vías que habría que empezar a implementar?    

Son muchas y abarcan diferentes niveles. Antes de nada, es importante acercarse al documento con cariño. Es un texto de la Iglesia, del Magisterio, que debe ser trabajado personalmente, meditado y orado. También debe ser analizado en equipo, en los grupos parroquiales, en las comunidades, y en todos los espacios eclesiales.    

Por ejemplo, se nos habla de cómo debe ser una Iglesia verdaderamente misionera. Para ello, es fundamental que todos asumamos corresponsabilidad. Esto significa participar en las decisiones y en la construcción de la vida comunitaria. Preguntémonos: ¿Funcionan nuestros consejos parroquiales? ¿O son meramente formales? ¿Se celebran asambleas eclesiales de manera periódica en la Diócesis y en las parroquias? Todos debemos tener voz, como ocurrió en el Sínodo, donde obispos, sacerdotes, laicos y vida consagrada pudimos expresar nuestras ideas para alcanzar consensos sobre la misión de la Iglesia.

Otra línea importante del documento es la participación activa de los laicos. Los laicos no podemos permanecer a la sombra del clero ni en competencia con él. Estamos llamados a vivir en comunión, algo que urge mucho. Para ello, necesitamos formación en sinodalidad, y esa formación debe involucrar a todos: desde el obispo hasta cada miembro de la Iglesia.    

Además, se ha hablado de la necesidad de transparencia en la Iglesia. Es urgente practicar la rendición de cuentas y realizar evaluaciones constantes, porque las malas prácticas pueden desfigurar la belleza del Evangelio y empañar nuestra misión.

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