Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Jóvenes riadas de solidaridad

20/11/2024

Al tiempo que va penetrando en nuestras vidas, con los últimos compases de noviembre, las campanillas inexorables de la Navidad, con sus campañas múltiples de solidaridad, nos encontramos este año con el rastro dejado por la tragedia de la DANA en nuestro país: solidaridad por partida doble, la navideña, que es como una costumbre añadida a todas las que trae consigo la fiesta del Belén y el Árbol, y la que ha sobrevenido este año con la tragedia. Ríos de solidaridad que confluirán en la fiesta del gran consumo, y ya vemos como hay marcas de productos típicos navideños que anuncian que destinarán una parte de su recaudación a las tareas de reconstrucción. «Un euro para las víctimas de la DANA», pongamos por caso.
Este tipo de gestos nos reconcilian algo con la parte más negativa del asunto: las imprevisiones, las negligencias notorias, la falta de coordinación, la obscena politización del dolor o la cara dura más que  notable de algunos de los protagonistas en la gestión de la crisis. España es un país solidario y se pone de manifiesto cada vez que nos encontramos con tragedias como la DANA. Hay estadísticas que se repiten años tras  año como la que nos sitúa a la cabeza en la donación de órganos.
Las riadas de solidaridad son típicas de nuestro país, como la siesta y la fiesta, como el jamón y el botijo, y también como todo lo que nos une con un pasado de conquistadores, misioneros y quijotes. España es un país capaz de lo mejor y lo peor, un país de claroscuros muy pronunciados: el pícaro y el héroe forman  parte indisoluble de nuestro mapa genético. Podríamos decir que Mazón es un pícaro y Sánchez un oportunista de fríos cálculos, y que los pequeños héroes de esta triste historia de final de año son los miles de jóvenes voluntarios que han pasado al menos un fin de semana retirando barro y fango, apilando muebles inservibles, consolando a personas que han perdido casi todo, también seres queridos. Podríamos decirlo sin temor a equivocarnos, ellos han sido las riadas de aguas cristalinas que nos sitúan ante perspectivas de aguas más cristalinas y menos enfangadas.
Hemos dicho de ellos que son una generación de cristal, sin principios, valores o ideales. Ciertamente la mayoría de ellos no imaginan revoluciones ni les impulsan ardores guerreros, son personas plenamente integradas en la sociedad de consumo (a la que acceden a duras penas debido a su precariedad) que no imaginan ningún otro mundo posible, que ponen toneladas de imaginación en comprarse unas buenas zapatillas al menor coste posible o en hacer un buen viaje careciendo de coche; jóvenes que se las saben todas en el mundo digital, que consiguen gangas en Internet a precios irrisorios, y jóvenes que ante la realidad palpitante de una tragedia se organizan y arriman el hombro como siempre lo han hecho los jóvenes más valiosos, los de ahora y los de siempre. Por eso hay que ser muy cuidadoso al hablar despectivamente de la nueva generación porque ellos tienen la madera propia de la juventud , y los que les falta no es tanto por su culpa. Es posible que los jóvenes de hoy no tengan una idea clara de cómo puede ser un futuro distinto, ni alberguen grandes utopías en su mochila, pero están hechos de la misma pasta de la que siempre estuvieron hechos los mejores años de la vida, y se ha puesto de manifiesto nuevamente en esas riadas de solidaridad que han inundado las tierras anegadas por la DANA.
La juventud de la llamada generación Z, los nacidos a partir del año 2000, está destinada a cambiar el mundo para bien o para mal. Solamente han conocido el mundo digital, el móvil a todas horas y para todo. Un mundo con unos problemas que ya no dejan mucho tiempo de espera. Posiblemente muchos de ellos serán los que ya vivan notoriamente peor que la generación de sus padres y de sus abuelos. Habrá, eso sí, una minoría con una preparación excelente pero no ya  tanto por medios públicos, como en las generaciones de sus padres, sino por haber podido acceder a máster privados.. Un mundo distinto el de sus antecesores que a ellos les resulta extraño y esquivo en este tiempo  incierto que hace tambalearse el Estado de bienestar, una vida incierta pero movida muchas veces por los mejores impulsos de la juventud eterna, la de cualquier  época.