Desde tiempos inmemoriales, en los pueblos, especialmente, las gallinas han sido compañeras silenciosas de las familias. En los corrales, en pequeños patios o incluso en huertos, han garantizado huevos frescos cada mañana, sin más trámite que alimentarlas y recoger su producción. Sin embargo, en pleno siglo XXI, un nuevo paradigma ha irrumpido en esta tradición: ahora, incluso para el autoconsumo, es obligatorio registrar las gallinas ante las autoridades. Un simple descuido puede derivar en sanciones de hasta 3.000 euros.
La medida, establecida en el Real Decreto 637/2021, pretende mejorar el control sanitario y el bienestar animal. Todos los propietarios, incluso aquellos que crían gallinas solo para su consumo familiar, deben inscribir la información en la Oficina Comarcal de Agricultura. Este cambio ha generado sorpresa entre quienes, como Lorenzo Romero, de 74 años, siempre han convivido con estas aves sin más burocracia que la de alimentarlas y darles un buen espacio para vivir.
Sin embargo, Lorenzo, que disfruta de lo lindo de su huerta, ya tiene registradas sus tres gallinas: Carlota, Gruñona y Pepa. Están bautizadas como él mismo remarca. Y es que «cuando fui a comprarlas, el vendedor de la tienda tomó mis datos personales, mi domicilio y hasta la raza de las gallinas», explica. «Si vas donde las compré, verás que en noviembre aparezco registrado con dos ponedoras y una castellana». Lo que antes era una transacción sencilla, ahora conlleva un registro administrativo detallado que posteriormente tiene que hacer en oficina.
El objetivo de la normativa no solo es conocer el destino de las aves, sino también garantizar su bienestar. «Ellas necesitan espacio, comida y sol», comenta Lorenzo, quien les proporciona maíz y pan, entre otros alimentos, además de un amplio corral donde pueden escarbar y darse baños de tierra, una práctica natural que las ayuda a mantenerse limpias. Sin embargo, la ley también establece restricciones: por ejemplo, se prohíben ciertas intervenciones quirúrgicas innecesarias. Lorenzo incide en que «si estas medidas, si son para beneficio del bienestar animal, bienvenidas sean». Sin embargo, duda de «la efectividad que vaya a tener y cómo se va a comprobar que todo está en regla con todas las personas que tenemos gallinas».
Más allá del registro, la normativa busca controlar la producción de huevos de autoconsumo. «Cada una pone casi un huevo al día», señala Lorenzo. «Cuando empiecen a poner más, habrá que ver qué hacer con ellos. Si no, los vendes, ¿qué problema hay?», se pregunta. Sin embargo, la ley establece que si alguien comienza a distribuirlos fuera del ámbito familiar, aunque sea entre amigos, podría enfrentarse a nuevas obligaciones. Lorenzo está «muy tranquilo» porque él tiene sus gallinas registradas desde que pisaron por primera vez su huerto y asegura que, «si dentro de un tiempo compro de nuevo, volveré a hacer el mismo proceso para que estén todos los datos recogidos».
Para los pequeños productores y aficionados a la cría de gallinas, la cuestión no es solo administrativa, sino también económica. Las multas por no registrar las aves oscilan entre 600 y 3.000 euros, un golpe inesperado para quienes solo buscan un modo tradicional de autoabastecerse de huevos. «Si Sanidad decide dar una vuelta por tu casa y no tienes las gallinas registradas, puedes llevarte una sorpresa», advierte Lorenzo. Cabe recordar que, en cuanto al número de aves de corral permitidas en una explotación de autoconsumo, esta explotación solo será considerada como tal si no supera las 30 gallinas ponedoras
El debate está abierto. Mientras algunos defienden que el registro ayuda a mejorar el control sanitario y el bienestar de los animales, otros lo ven como una traba innecesaria para quienes simplemente quieren disfrutar de huevos frescos sin depender del comercio.