Javier del Castillo

Javier del Castillo


Perder el tiempo

04/03/2025

No hay tiempo que perder, pero lo perdemos de manera absurda y miserable. Esa es la sensación que uno tiene al comprobar el bloqueo y la inacción obligada a la que se ve sometido el actual Gobierno, cada vez que intenta llevar adelante una reforma que requiera la aprobación mayoritaria en el Congreso de los Diputados. Los socios y aliados de Sánchez están tan obsesionados con recibir las contrapartidas exigidas al Gobierno que olvidan lo fundamental: el futuro y el bienestar del resto de los españoles.
Cuestiones como la aprobación de los presupuestos o una financiación autonómica sustentada en el principio de solidaridad – sin premiar a quienes se endeudan alegremente porque alguien lo pagará – están paralizadas. Otras, menos necesarias, como la llamada 'ley Begoña' – limitar la acusación popular a partidos políticos, asociaciones y fundaciones vinculadas a estos últimos – se vuelven a meter en el cajón a la espera de mejoren las previsiones para su aprobación. 
El debate público es tan empobrecedor que ni siquiera Pedro Sánchez aprovecha la actual coyuntura internacional para explicar en el Parlamento Nacional cómo pueden afectar a España los acuerdos de Trump y Putin para poner fin a la invasión de Ucrania, sin contar para nada con Zelenski y las víctimas. Y, sin aclarar cómo piensa incrementar los gastos de Defensa y las aportaciones económicas que ayuden a parar el afán imperialista del dictador soviético. 
Tampoco lo hace Sánchez delante de los medios de comunicación, con una rueda de prensa abierta y sin controles previos. Es decir, con un turno de preguntas que no esté monopolizado por sus palmeros. Por quienes están dispuestos a convertir el bello oficio del periodismo en una profesión de complacientes servidores del poder establecido. A quienes se han convertido en corte pretoriana dispuesta a descalificar a los compañeros  que denuncias las tropelías y corrupciones de un Gobierno en minoría, cuyo principal objetivo es resistir y resistir. Como sea, al precio que sea, y negando la existencia del verbo dimitir. 
Aquello de que el tiempo es oro no va con los actuales gobernantes. Por el contrario, tengo la triste sensación de que la política española se ha convertido en el arte de perderlo. Todo es aplazable y prorrogable – presupuestos generales, incluidos –, mientras la sociedad acaba por convencerse de que nada se puede esperar de quienes únicamente piensan en ellos mismos y en quienes les rodean. Y, cuando se les piden explicaciones, cosa que cada vez es menos frecuentes, culpan de todos los males a la oposición y a los gobiernos de Rajoy y de Aznar. 
La lista de ejemplos de la desatención por los asuntos realmente importantes sería interminable. Basta que ocurra cualquier accidente o catástrofe que ocasiones pérdida de vidas humanas para comprobar que por encima de las víctimas se sitúa el rédito político que pueda sacarse de esas desgracias.
Así ocurre desde los atentados del 11-M, con algún paréntesis de por medio. La política española – en la línea de otros países cuya democracia tomábamos como ejemplo – ha ido degenerando, degenerando, hasta convertirse en uno de los principales problemas de los ciudadanos. 
Menos mal que tenemos a Tezanos (presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas) para amañar hasta las opiniones y preocupaciones de los ciudadanos españoles. 
Como le ocurre al imputado fiscal general del Estado o al sumiso presidente del Tribunal Constitucional, lo más importante es complacer a quien les ha nombrado. 
El tiempo puede esperar, hermano.