Ha pasado un año de la última DANA terrible que asoló calles, plazas, masas forestales, casas, parques, arroyos. Lo ha recordado La Tribuna del miércoles. El ayer y el hoy de un fenómeno poco habitual por estos lugares. Un año de temperaturas récord, unos meses de julio y agosto insoportablemente tórridos, noches para el insomnio por el calor excesivo. Algo para lo que no estábamos ni estamos preparados. Imagino que quienes niegan los efectos del cambio climático, se irán convenciendo de lo contrario. La naturaleza impone sus razones alteradas.
En estas condiciones, más la ausencia de lluvias, el Tajo a su paso por Toledo no ha ido nada bien. Bueno, ha pintado muy mal. Y huele. Han proliferado imágenes del estado muy deplorable de un río confiscado. Pero se ha introducido una variable nueva. Los azudes del Tajo detienen el flujo del agua – por pensar que todavía lleva agua – y eso trasmite la impresión de escasez. Puro efecto visual. Como una piscina en el cauce. Si recurro al recuerdo de vidas anteriores, ni en los peores veranos de sequias continuadas, los azudes o presas contenían el agua que saltaba por encima. Deben existir fotografías de pescadores, con el agua mansa hasta media pierna, mejorando sus posiciones para la pesca. Aunque, claro, en aquellos años todavía el río llevaba agua abundante. Y limpia.
Los azudes son el testimonio histórico de una intensa actividad industrial en las orillas del río. Es cierto que ya no sirven para funciones que no existen. Solo valen como legado de otras formas de vida de quienes antes que nosotros ocuparon la ciudad. Lo de borrar el patrimonio se convirtió en símbolo de la modernización. Se derribaban murallas por obstaculizar el crecimiento, se convertían las calles en carreteras, se suprimían puertas de antiguos fielatos. Se construían bloques horrendos de viviendas todas iguales. Se imponían plazas duras, se suprimía arboleda. Era la modernidad. ¿Se imaginan lo que sería para el turismo de Toledo la pervivencia del acueducto romano? ¿O la contemplación del artificio de Juanelo? Se multiplicarían los turistas. Se incrementarían los ingresos. Así que suprimir restos antiguos por inútiles ni debiera contemplarse, aunque sea en un río inexistente.