La fiesta, pagada por oligarcas y millonarios, no ha hecho más que empezar, Trump vuelve a la Casa Blanca donde se siente como el hombre más poderoso sobre la faz de la Tierra y anuncia una edad de oro muy discutible, puesto que su concepto sobre esa expresión no lleva implícito un reparto de riqueza en igualdad ni en valores bajo los que se mueve el mundo actual. Sí puede ser una edad de oro la que se nos viene encima para la ultraderecha más recalcitrante y cada vez más presente en todas las latitudes de este confuso y confundido mundo en que vivimos. En los últimos años el deterioro político es evidente, como se evidencia también que cada paso hacia atrás de las sociedades democráticas es así mismo un nuevo paso adelante de los enemigos de la democracia y este juego político, en el que tanto nos va, parece haberlo entendido mucho mejor la ultraderecha que las fuerzas políticas progresistas, que, aunque no en desbandada, sí están en claro retroceso. La edad de oro para las ultraderechas que nos anuncia Trump coincidirá inevitablemente con una edad oscura para la democracia.
Apenas unos años atrás casi nadie habría creído posible que un personaje declarado culpable de diferentes delitos y de rasgos absolutamente totalitarios terminase ocupando el despacho oval de la Casa Blanca. O cómo imaginar que en Alemania se estaba gestando la expansión de un partido fascista apoyado por uno de los mamporreros millonarios de Trump al tiempo que en Italia la primer ministro Meloni se declara admiradora de Mussolini con la misma vehemencia con la que la ultraderecha española venera a Franco. La edad de oro ha empezado, pero atención que no es oro todo lo que reluce.