Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


El poeta que no cesa

17/02/2025

Anoche soñé con Miguel Hernández. Lo soñé humanamente feliz en su tristeza de poeta joven en busca de versos. Qué difícil es soñar con un Miguel Hernández feliz. Por eso me considero un hombre afortunado. Es un día de primavera tramposo, de esos que solo hace en febrero, como hizo antes de ayer, sábado, en Toledo. Baja por un sendero del Valle haciendo eses. Casi corriendo. Ejerciendo su alma de niño cabrero. Se resbala, casi se despeña, como el miliciano de Capa. Pero ríe porque nadie le persigue, porque nadie le dispara, y en su escorzo no se sujeta al aire con un fusil (a quién se le ocurre agarrarse a la vida desde un fusil) sino con un cuaderno y una pluma, regalos de Vicente Aleixandre, que le mantienen funambulísticamente en pie.
Ya sentado, respiración agitada, al pie del arroyo de la Degollada escribe con furiosa calma versos a Garcilaso, a Bécquer y al propio Aleixandre. Versos que acabarán en alguna revista literaria de Orihuela y en sus obras completas, tan incompletas ellas.
Retrata a Garcilaso, envuelto de ese silencio de aliento toledano, desde una distancia respetuosa de muchacho humilde. Al caballero lejano y ajeno al que no aspira, pero que tanto influye sus versos. Lo evoca como caballero de rocío, un pastor, un guerrero de relente eterno bajo el río de bronce decidido y transparente del Tajo que fluye y yace, sin que el tiempo le ofenda ni ultraje, arropado por un agua que lo preserva del gusano, lo defiende del polvo, lo amortaja y lo alhaja de arena grano a grano. Como un poeta que a la orilla del Tajo «me invita a ahogarme para vivir contigo». 
Acaba el poema y mira atrás. Sonríe travieso. Sabe que sus acompañantes aún tardarán porque son lentos y precavidos. La emprende con otra hoja. Acaba de ver a un cisne que, nada premioso en su ostentación, se exhibe por la orilla leal del leal Tajo sorteando vidrios y ternuras de un Toledo de agua sin turismo. Evoca a un atormentado Bécquer. Lo asaetea con preguntas sin respuesta:
¿Te acuerdas que sufrías oyendo las campanas, mirando los sepulcros y los bucles, errando por las tardes de difuntos, manando sangre v barro que un alfarero luego recogió para hacer botijos y macetas?
El cisne mira a Miguel y retoma su ruta, con un desdén tan humano que provoca escalofrío. Pero aún tiene agallas para escribir:
Tu morada es el Tajo: ahí estás para siempre dedicado a ser cisne por completo. Las cosas no se nublan más en tu corazón; tu corazón ya tiene la dirección del río; los besos no se agolpan en tu boca angustiada de tanto contenerlos; eres todo de bronce navegable, de infinitos carrizos custodiosos, de acero dócil hacia el mar doblado que lavará tu muerte toda una eternidad.
Ya llega el resto de la excursión. Alguien le recuerda que para qué tanto correr si al final llegamos al mismo sitio. Miguel y Vicente se sonríen cómplices ante y desde este, su río, que nunca cesa.

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