Es uno de los intelectuales españoles con mayor preparación y prestigio en lo referido a la Edad Media, en sus múltiples formas de abordarla y muy especialmente en lo literario. O sea, el minayense Juan Julián Victorio Martínez, doctorado por la Universidad Complutense, parte de cuya larga trayectoria didáctica la ha pasado en tierras belgas (Lieja y Bruselas, la capital de la UE), y quien, además, es uno de los más eminentes traductores de grandes obras literarias del Viejo Continente. Y, desde el inicio del presente curso académico, también ha recibido el tratamiento de profesor emérito de la Universidad Española de Educación a Distancia (UNED).
Con este nombramiento, que se concede a los profesores que, llegados a la edad de jubilación, deseen seguir en activo por un plazo de tiempo de dos años, renovables otros dos, podrá desarrollar la que considera «no la profesión, que también, sino la mayor vocación», como expone, de sus ya cerca de cinco décadas en la enseñanza. Por fortuna, aparte de su deseo de continuar, esta trayectoria, unida a sus otras actividades culturales, Juan Victorio posee el alto historial científico de valía, de mérito, exigido por todas las universidades, tanto desde el punto de vista científico (sobre todo) como del de enseñanza.
De modo que el paisano va a tener a su cargo solamente asignaturas de máster -no de grado, que son las de los primeros años-, es decir de las especialidades de la materia. En su caso, es el responsable de dos asignaturas, Lírica Medieval y Narrativa Medieval, en definitiva, de lo que se refiere a la Edad Media literaria. Que no en vano, en su campo de investigación, ha hecho las ediciones críticas de todos los textos épicos, destacando muy especialmente Las mocedades de Rodrigo, El cantar del Mío Cid y El poema de Fernán González, sin olvidar su faceta de novelista con Alfonso XI el Justiciero.
Todo ello, en el denominado ámbito de conocimiento de la Edad Media y dentro del Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura de la Facultad de Filología de la Universidad a Distancia (UNED) en su sede de Madrid. Al margen de esto, el minayense aprovecha su tiempo para reelaborar y mejorar un tema sobre el que ya trabajó en sus libros El amor y el erotismo en la literatura medieval (editado en 1982), El amor y su expresión poética en la lírica tradicional (1999) y De amores y versos en el otoño de la Edad Media (2005), y que tratan sobre las costumbres amorosas en esa época, «que fue mucho más lúdica, laica y divertida de lo que habitualmente se piensa», como expresa.
En las reediciones próximas a salir declara que pretende «que sean de interés no sólo a los estudiantes, que también, claro, sino al público en general curioso de saber cosas sobre aquella época». También en cuanto a sus trabajos como traductor, en los que posee uno de los currículos más vastos y brillantes de entre todos sus colegas, ha acabado una antología de poetas franceses irreverentes: «Es decir que predican que se hagan las cosas que prohibe la Iglesia». Esta obra se unirá a la más reciente, La mujer y el pelele, de Pierre Loüis, que se publicó a finales del año pasado, y a las decenas que tradujo con anterioridad. Entre ellas: Cantar de Roldán -con la que logró el Premio Stendhal-; La doncella de Orleáns, de Voltaire; El infierno, de Henri Barbusse, y Roman de la Rose, de Guillaume de Lorris -becado especialmente por el Ministerio de Cultura.
Recuerdos del Alba. Satisfecho con su trabajo en la Universidad, no por ello deja de quejarse de «cómo están afectando los recortes, no sólo a esta institución sino a todos los niveles educativos, lo que es nefasto para el futuro de nuestro país». Y aprovecha para otra de sus quejas generales de cara a ese futuro y a la educación de las personas, lo poco que se valoran las humanidades, con lo que su satisfacción es doble, porque muchos de sus alumnos tienen ya otros títulos, «lo que quiere decir que no pudieron estudiar nuestras materias y ahora sí. Son enamorados de las humanidades, pero se ganan la vida como ingenieros, policías, inspectores de hacienda...incluso tuve un alumno cuya profesión es conservador de cadáveres».
Aunque, al margen de su actividad didáctica, nada le llena tanto como pasarse por Albacete , al menos unos días en la Feria: «Lo que me exige mi mujer, que es gallega, y más forofa de Albacete que yo, lo cual demuestra que es inteligente, ja ja». Confiesa que le gustaría ir más, pero tantas actividades profesionales se lo impiden, aunque sigue a tope siempre desde Madrid la actualidad de la tierra, «con especial interés por el Alba», en el que jugó su hermano Victorio en la época de Sebas, Monroy, Juanito, Camacho, Moni, Sotoca y con el que él llegó a entrenar. Además, se atreve a pedir paciencia a la afición pese a que el equipo vaya el último: «Son muy jóvenes y acusan el cambio de categoría, pero se salvarán, seguro».
Dentro de sus recuerdos de la tierra, tampoco se le borra el tiempo en que hizo la mili en la Caja de Reclutas. Y apunta una experiencia que no se le olvida, aunque cree que igual al protagonista sí. «Yo estaba encargado en tallar y medir a los reclutas», cuenta, «y le tocó venir a Dámaso González, quien me dijo que si lo podría dar por inútil. Cuando le pedí que se quitara la camisa para medirle el pecho, me quedé petrificado ante la magnificencia del mismo, así que le dije que si lo daba por inútil me iban a meter un puro. Nos reímos los dos. Y desde entonces, aunque yo no soy taurino, seguí sus triunfos con placer, tanto por él como por la buena imagen que daba de Albacete».