Los abuelos son una pieza clave en las familias españolas, pero cada vez pierden más peso. El jueves se celebró el Día de los Abuelos, algo un tanto absurdo, porque debe demostrares el respeto y admiración hacia ellos durante los 365 días del año, 366 si es bisiesto. Porque ellos pertenecen a una generación que hizo la transición económica y política de este país en los años del desarrollismo del siglo XX, donde el trabajo incansable, el esfuerzo y la ilusión de construir una sociedad mejor eran su único objetivo. Dieron una formación a sus hijos, preferentemente universitaria, cuando hasta entonces pocas familias tenían en su seno un licenciado superior y, ahora, cuando ya les tocaba descansar, ayudan en la crianza de los nietos, cuando no tienen que arrimar el hombro económicamente a sus hijos para que puedan llegar a final de mes.
Los abuelos son la referencia de un país que estaba ordenado, donde las cosas se hacían de forma más o menos cabal, no como en la actualidad, donde el bienestar de los ciudadanos cayó muchos enteros, donde la clase política está más preocupada por mantenerse en su sillón que en trabajar por el desarrollo de la sociedad, donde la mujer de un presidente del Gobierno puede tener una cátedra, sin ni siquiera ser licenciada ni diplomada o donde se retuercen las leyes y los reglamentos -o directamente se ignoran- para obtener un beneficio propio o salvarse de una quema que ya es inevitable, porque la sociedad ya encendió la pira.
Seguro que muchos de esos abuelos que esta semana celebraron su día no entienden lo que sucede, pero hay que estar tranquilos, por el presidente del Gobierno comienza una regeneración democrática... Ver para creer.