El nuevo año, bisiesto por más señas, ya está lanzado y como en todo inicio anual que se precie afrontando las primeras rampas de la prevista cuesta de enero. La cuesta, cierto es, parece pronunciada, dura y con picos que pueden romper el pelotón de la legislatura en las primeras etapas del año. Convalidar decretos en el Congreso por parte del Gobierno ya se ha visto que tendrá una alta complejidad desde el minuto uno, y no digamos cuando llegue el momento de sacar adelante por ejemplo unos Presupuestos Generales del Estado, algo que sucederá más antes que después y que volverá a convertirse en una negociación de alta tensión y en la que el Gobierno tendrá que andar con mucho tino e hilar muy fino con sus propios socios, más preocupado de que no se rompa el equilibrio con ellos, que por los movimientos que de la oposición puedan esperarse. Han bastado apenas los primeros días del año nuevo para entender que desde el punto de vista político los 12 meses del año pueden convertirse en una dura e inacabable subida que ya ha mostrado su cara en el primer pleno del año en el Congreso de los Diputados.
Las festividades navideñas ya se han terminado, las luces de la absurda competición entablada entre municipios bajo la excusa de las celebraciones ya se han apagado y el tiempo de buenos deseos, al menos en política, ya han caducado. Desde esta semana ya todo se perfila bajo otra perspectiva y el perfil que nos viene por delante ya no es solamente el de la cuesta de enero, sino la amenaza de quienes pretenden, y se esfuerzan en ello, de que la cuesta se prolongue durante el resto de los 11 meses del año. Ni el guion ni el decorado cambian demasiado.