Recurrimos a este verbo para explicar el intercambio de palabras, gestos o escritos entre personas expresando ideas alternativamente. Platicamos cotidianamente para estrechar posturas o, sencillamente, nos enfrentamos retándonos sin remilgos. El diálogo de sordos es muy utilizado por nuestra clase política, que ignora la opinión contraria despachándose con monólogos, sin aceptar ser rebatidos.
Los tertulianos de ahora, esos personajes en modo marioneta ideológica, suelen vomitar las matracas partidarias sin someterse a la confrontación alternativa de posturas, pues resulta más sencillo orillar cualquier reto verbal, incluso si se ven provocados. En todo caso, el diálogo de sordos nos demuestra la insensatez a la que se puede llegar sin el mayor esfuerzo. Pero el colmo nos llega con esa tropa de voceros sociales, que practican el diálogo de besugos, donde nadie entiende nada, pero se aplaude como focas para respaldar el liderazgo de los más torpes. Es alarmante la capacidad para mentir que un supuesto dialogante puede ofrecer largando frases vacías frente al que pretende escuchar y responder con la lealtad de los sinceros.
Maniobra de extorsión. No olvidemos el famoso diálogo social, emparentado con la paz laboral, ese eufemismo que enmascara casi siempre una diabólica maniobra de extorsión, porque nos llevan al huerto con sinónimos edulcorados disimulando una burda intimidación. Un atraco a mano armada no deja de ser un diálogo entre personas que intercambian palabras para dar a conocer sus postulados, además, con premura inminente; de ese modo, si el que lleva el arma no considera adecuada la respuesta del amenazado con ella, podrá resolver de forma expeditiva la situación de facto.
Por el contrario, una aceptación por parte de la víctima determina la pacífica resolución del entuerto. En eso estamos, en buscar consenso desde la posición dominante, que demuestra un talante conciliador cuando obtiene su objetivo. El secuestrador, exigiendo dinero a la familia de su presa, no hace otra cosa que intercambiar palabras para llegar al acuerdo. Los que piden una prueba de vida expresan su buena disposición para seguir dialogando, de ese modo, al pagar un rescate y devolver la libertad al retenido, el consenso se completa con el agrado de ambos interlocutores en el delito. Un mafioso explica al comerciante lo que sucederá en el local que regenta si no paga una cantidad, lo que llevará a un diálogo para asegurarse el dinero y la calma. Si el amenazado acepta el trato, después de una alternativa verbal, el acuerdo es seguro. En otro caso, al existir controversia de posturas, el desastre puede considerarse garantizado. Eso sí, la templanza con la que se manifiesta el mafioso no permite imaginar desgracia alguna. De eso se trata, ante la intransigencia de los que deben protegerse del delito, la moderación verbal de quienes los extorsionan de cualquier manera.
La situación política actual nos ofrece bastantes diálogos paradigmáticos de lo que una extorsión pura y dura puede aparecer como la panacea para una convivencia ejemplar. Pero en estos intercambios verbales y escritos no encontramos víctimas, lo que nos hace recordar aquellas escenas míticas del cine negro, donde las bandas rivales deciden repartirse el territorio o intercambian favores para ganar todos unos pedazos del pastel, que suele estar asociado a la capacidad de asegurarse una cuota de poder. Y esos acuerdos pueden verse aderezados con traiciones despreciables, que se aceptan en aras a la convivencia entre bandas con ese talante conciliador, que caracteriza tanta maldad. Los traidores de película suelen terminar bastante mal, al menos en las historias que hemos podido contemplar durante la época más gloriosa del séptimo arte.
Durante estos días, los finales están muy distorsionados; el bien no tiene porqué triunfar sobre el mal. Ahora las fechorías quedan impunes, los delitos perdonados, los conejos disparan a las escopetas, los defensores de la ley son represaliados por quienes cometen desmanes y, además, redactan las leyes para castigar su osadía, pero se trata de recuperar la paz social, anhelo del espíritu constitucional, paradigma de la tolerancia, instrumento para la concordia; en fin, debemos dialogar.