Una referencia para la arquitectura local

Sánchez Robles
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Francisco Fernández fue arquitecto de la Diputación y del Ayuntamiento en 1927 y entre sus obras destaca el edificio que fue sede de la Policía Nacional en el Paseo Simón Abril

Imagen de la calle Arquitecto Fernández. - Foto: A. Pérez

El arquitecto Francisco Fernández Molina da nombre a una calle de Albacete, una figura destacada que hay que reivindicar por sus proyectos que realizó en cinco años aproximadamente, pues este albacetense tuvo una existencia corta, apenas treinta años. Para conocer su vida y su obra, es preciso citar el interesante y documentado estudio realizado por la doctora arquitecta albaceteña, María Elia Gutiérrez Mozo, profesora del Área de Composición del Departamento de Expresión Gráfica y Cartográfica de la Escuela Politécnica Superior de la Universidad de Alicante. Considera que el arquitecto Fernández «es autor de los proyectos que llaman la atención por la delicadeza y el cuidado puesto en el diseño (….) Hay un antes y un después de Francisco Fernández Molina en la arquitectura y en la ciudad de Albacete. En sólo cinco años de producción, de 1924 a 1929 más de 150 expedientes de su autoría que conserva el Archivo Municipal lo acreditan».

Califica esta doctora a Fernández Molina como «una figura sin duda singular: un hombre sensible, delicado y discreto». Nacido en Albacete el 29 de julio de 1899 fue bautizado en la Iglesia de la Purísima el 7 de agosto. En este estudio de referencia se pone de manifiesto que  se pudo formar en la Escuela de Madrid, mostrando admiración hacia la personalidad de Otto Wagner, arquitecto vienés, situándose entre dos líneas: una belle époque en franca liquidación y un Movimiento moderno. «El arquitecto Fernández se refugia con buen sentido en el hogar confortable y hasta cierto punto infalible de lo clásico, amueblado con un gusto ecléctico, tolerante y culto, refinado y sin prejuicios. En su obra se conjugan ingenuidad y nobleza a partes iguales, sencillez y elegancia», afirma la profesora.

Su primer despacho profesional lo abrió en el Paseo de la Veleta número 20 (actual Avenida de Isabel la Católica) en 1924. Fue arquitecto de la Diputación desde el 19 de julio de 1924 hasta el 20 de octubre de 1927 participando en las obras de ampliación y reforma del Palacio de la Diputación, dirigió además las obras del Ayuntamiento de San Pedro y sustituyó a Carrilero Prat en sus funciones de arquitecto municipal tras ganar el concurso convocado al que se presentaron cinco destacados profesionales. Fue nombrado por acuerdo del Pleno municipal del 10 de octubre de 1927, cargo en el que permaneció hasta su prematuro fallecimiento el 12 de octubre de 1929, poco antes de su anunciado matrimonio con Juana García- Saúco.  Su primer  proyecto lo realizó para su abuelo Francisco Molina en la esquina de las calles Teodoro Camino y Tinte, en el que ya exhibió un estilo muy personal. Continuó con otro en el Callejón de las Portadas, que en opinión de la profesora Gutiérrez Mozo es un modelo de proporción clásica,  «y en el neo-romano que despliega en el barrio (marginal) de San Ildefonso no puede por menos de causarnos asombro en su época. Su propuesta para la Carretera de Ayora refleja la honradez con la que al arquitecto entiende su quehacer. En la ampliación y reforma de la casa y tienda de la esquina de las calles Lozano y Puerta de Valencia luce por otra parte su sensibilidad en el modo de articular lo viejo y lo nuevo».

El proyecto para el edificio de San Antonio, 7, así como la promoción de casas humildes para el Ayuntamiento constituye el contrapunto social que se intuye en la vocación de este arquitecto siempre atento a la dignidad de sus obras al margen de su rango y situación, en opinión de Elia Gutiérrez, quien valora de forma especial el proyecto y diseño del edificio que fue sede de la Policía Nacional ubicado en la esquina del actual Paseo de Simón Abril y la calle María Marín, único conservado lamentablemente de toda la obra de este gran profesional.

El profundo análisis de la profesora Gutiérrez Mozo sobre la vida y la obra de Francisco Fernández Molina destaca además el carácter humano de este profesional, «una inteligencia lúcida, una sólida cultura, una fina sensibilidad y una más que notable laboriosidad(…) Es obvio que Fernández Molina entendía su profesión como un servicio a la sociedad y la oportunidad de construir ámbitos para la vida humana pública y privada, festiva y cotidiana, que la hicieran más amable y compartida». La denominación de una calle con el nombre de este insigne arquitecto hace justicia y realza los valores de un albaceteño que está en el cuadro de honor de la historia de su ciudad.