No hay caudetano que no conozca a don Paco. El coronel carlista y aristócrata Francisco Albalat Navajas, dejó su azarosa vida y el exilio francés para regresar a su pueblo natal y construir toda una barriada, con sus casas, su iglesia e incluso su plaza de toros. Pero Albalat también ideó una villa de recreo, un capricho con una riqueza decorativa y de calidad tan exquisita, que aún hoy conserva un particular atractivo pese a que amenaza ruina si nadie lo remedia.
El abandono, los actos vandálicos, robos y las inclemencias climáticas, han sumergido a la joya de la corona del patrimonio arquitectónico de Albalat en un estado lamentable. Las bodegas ya se hundieron, también las caballerizas están en un estado irrecuperable y las casas de los guardeses arruinadas. Nada queda de aquellos dos ricos jardines que rodearon la villa. La casa principal, construida en 1912, sí sobrevive. Pero el tiempo juega en contra de la que fuera la segunda residencia del conde de San Carlos, donde exhibió todo su poderío económico aunque no llegara nunca a pernoctar en ella.
Francisco Albalat mandó construir esta casa cuando tenía 66 años. Un muro rodea toda la finca, ocultando a la vista de los extraños todo, excepto los jardines y la fachada de la casa principal, toda una «insinuación», dice el arquitecto técnico José Francés, estudioso de este patrimonio. En su edificación participaron el maestro albañil Juan Arellano y el artista Agustín Espí, aunque no queda proyecto ni documentación alguna. El resultado es un edificio de tres plantas que resulta ser un «magnífico ejemplo» del eclecticismo neomudéjar, con detalles modernistas, donde ante todo se busca la «apariencia del lujo y ostentación».
Mármol macael en los suelos y ricos zócalos de azulejos traídos de La Cartuja, invitan a entrar en el exótico patio central de 12 columnas, decorado con abundantes mocárabes. El patio está cubierto por una vidriera que reproduce un cuadro que cuelga del Senado, la Rendición de Granada, y que es una de las piezas más valiosas de todas las que se conservan en esta casa, pues fue realizada por la Casa Maumejean. No es la única vidriera con valor, sino que esta es una pieza más de una auténtica colección de vidrios diseñados a gusto de Albalat, de acuerdo a sus creencias e ideología.
Alrededor de este patio se distribuyen las estancias de los dueños y para recibir invitados, dormitorios con vestidor y salón, comedor, baño, fumador, salón de te y un despacho decorado con el Toison que Albalat soñó con tener algún día, además de la cocina, despensa y bodega en la zona de servicio. Hasta su propio oratorio tenía esta casa.
Antaño tuvo ricos muebles, sillones Luis XVI se combinaban con una colección de animales disecados, -búhos, flamencos y hasta las cabezas de los toros que se lidiaron en la inauguración de la plaza de Caudete-, entre quinqués modernistas y relojes clásicos.
Marcos de madera tallada dorados o plateados con pan de oro o de plata, una colección de abanicos antiguos y un gramófono, son algunas de las múltiples piezas que un día decoraron las distintas estancias. En la decoración del comedor, gastó Albalat grandes sumas: maderas preciosas, una mesa para 18 comensales ricamente decorada, sillería de estilo victoriano y rica vajilla, con bajoplatos de plata y juegos de te de cristal de Murano.
La villa estaba rodeada de dos jardines de recreo y esparcimiento. Uno de tradición francesa, donde entre rosales y aromáticas, plató toda clase de frutales, sobre todo naranjos y limoneros, muy estimados por la difunta primera esposa del aristócrata. Hizo construir en el jardín una réplica de la cueva donde se apareció la Virgen de Lourdes. Para que fuese lo más fiel posible aprovechó su viaje a esta ciudad francesa para asistir al entierro de un militar carlista (Rafael Tristany), para hacerse acompañar por el maestro de obras y que éste pudiera ver y tomar medidas de la cueva original. Setos de boj y cipreses podados artísticamente, se mezclaban con fuentes y jaulas de animales. Esta singular construcción se ubica en la Finca El Paso, la Corbeyana como la llamó Albalat en homenaje a su primera mujer, la francesa Hélène de Saint Aymour, baronesa de Caix, una viuda adinerada que contribuyó a la aventura arquitectónica de este mecenas caudetano.
Aristócrata filántropo. Albalat nació en 1844, de familia con posibles hizo carrera militar. Defensor de la bandera tradicionalista, tuvo un papel significado en la tercera guerra carlista en favor del pretendiente Carlos María Isidro de Borbón y Austria-Este, nombrado como Carlos VII por los carlistas, a cuyas órdenes directas sirvió. Llegó a ser su secretario hasta su muerte, por lo que fue honrado con el título de Conde de San Carlos. El coronel caudetano pasó gran parte de su vida en el exilio francés, hasta que en 1900 regresa a Caudete para invertir su enorme fortuna en obras de caridad.
Tenía por aquel entonces Caudete menos de 6.000 vecinos. Sólo 2.000 tenían tierras en propiedad y de éstos un reducido grupo de apenas nueve personas concentraba en sus manos un tercio del término municipal. La mayoría sobrevivían como braceros y asalariados. Una plaga de filoxera que arrasó el viñedo trajo consigo mucho paro y malestar social.En este contexto irrumpió Albalat y su vocación filantrópica. Compró unos terrenos y pensó en construir casas para gente obrera y así dar trabajo a los braceros, también ideó un asilo para niños huérfanos con capilla, una plaza de toros y un mercado. Su idea era confiar en los Salesianos la gestión y financiar la labor asistencial y educativa del asilo con las rentas de las casas, de los puestos del mercado y los beneficios de las corridas de toros. Quizás con el ánimo de obtener importantes ingresos construyó una plaza cuyo aforo duplicaba la población del Caudete de entonces. La plaza se estrenó en 1910 con cuatro plantas, pero un año después de su inauguración tuvo que demoler el cuarto piso porque el público desde aquí no alcanzaba a ver bien el coso.
El estallido de la primera Guerra Mundial le impidió sacar su fortuna francesa y tuvo que reconsiderar sus planes. El mercado no se hizo y el asilo aunque empezó a edificarse no se terminó. La arquitecta caudetana Leticia Requena, que ha dedicado su tesina a la edificación de este singular barrio, explica que al fallecer su esposa Hélène en 1907 centró sus esfuerzos en terminar la capilla del asilo, la actual parroquia de San Francisco, y así poder darle sepultura aquí, pues no quería enterrarla en el cementerio del pueblo. Un año más tarde, el templo está terminado y los restos de Hélène son trasladados allí y allí descansan, junto a los del propio Albalat que moriría una década después, en 1916.
El barrio de don Paco, como aún hoy hay quien lo llama, quedó formado por 45 casas terminadas, otras nueve a medio construir y otras tantas que nunca llegaron a empezarse. Las calles fueron nombradas como San Jaime, Santa Inés y San Emigdio en recuerdo de sus hermanos y Santa Elena como homenaje a su primera esposa. El ladrillo y los colores amarillo y rojo son los protagonistas de esta barriada, hoy ya integrada en Caudete, pero que conserva su propia identidad.
Incautados en la guerra. A la muerte del aristócrata, Dolores Golf Amorós, su segunda esposa, 30 años más joven y que murió sin haberle dado descendencia, alquiló las casas y siguió viviendo en la residencia palaciega que Albalat se construyó en la calle Abadía. Con la guerra civil, las propiedades de Albalat heredadas por su esposa, fueron incautadas y subastadas en los 40. Entre otras la villa de recreo la Corbeyana, conocida hoy por el nombre de la finca en la que está, El Paso.
Fue entonces cuando la familia De Teresa recuperó la propiedad de unas fincas que década atrás les compró Francisco Albalat. Aunque allí donde había una casa de campo hoy renacía un auténtico palacete capricho del aristócrata filantrópico y que hoy está en manos de un nutrido grupo de herederos de la familia De Teresa, hermanos, tíos y sobrinos ya de varias generaciones, con intereses y recursos desiguales, y que corre el riesgo de desaparecer.
Hay quienes no se resignan a ello y trabajan para sacar a la luz este patrimonio. Hace un par de años, una exposición de fotografías firmadas por Jaime Giner y José Francés, que se mostró primero en Caudete y después en el Colegio de Arquitectos de Albacete, trató de llamar la atención sobre este patrimonio «construido, desconocido, olvidado y abandonado». «Es un grito desesperado en el vacío. Vacío de las administraciones, de las instituciones y de los particulares», decían entonces. Parte de lo fotografiado ya no existe, otra parte se ha deteriorado y lo que queda aún es recuperable. Sí bien es cierto que serían necesarias importantes cantidades de dinero hoy difíciles de asumir.
Al menos, trata de consolarse Leticia Requena, su existencia ha quedado documentada gracias al trabajo firmado por José Francés, Jaime Giner, Joaquín Mollá y José Luis Simón, editado por la Universidad de Alicante, en el que se ofrecen todo tipo de detalles de la joya de la corona del patrimonio arquitectónico de Albalat.