Hasta hace muy pocos días, la 'zona cero' de las trombas de Letur, el lugar donde el agua golpeó con más fuerte, era un lugar prácticamente inaccesible, salvo para los miembros de los equipos de emergencia.
Se trata de una zona en hondo, donde acaba la Cuesta de las Moreras y empieza la calle Barranco. Aquí solo hay barro, escombros y algunos enseres, arrojados aquí y allá, como los restos de un naufragio arrojados a la orilla.
Puestos en mitad del lugar, se ve de frente el lugar donde antes hubo dos casas. En una vivían Jonathan Muñoz y su esposa Mónica. En la otra, una vecina de edad avanzada. No queda nada, salvo una pared desnuda.
Así quedó la oficina de turismo. - Foto: Rubén SerralléEn el punto opuesto del cráter donde cayeron hasta tres avenidas en un solo día, está el solar de una casa que salió en todos los medios. La casa del piso que quedó colgado sobre el vacío, suspendido porque todo lo de abajo desapareció.
El lugar está muy silencioso. Se puede oir el gorgojeo que hace la suela de las botas al pisar el limo. Al fondo, en la dirección de las callejuelas que van hacia el Mirador, se escucha el ruido de la maquinaria y las órdenes que intercambian técnicos, capataces y operarios.
Restos del naufragio. Por puertas y ventanas, asoman ramas, colchones, restos de muebles, todo mezclado,empapado por la lluvia. Páginas de libros sobre los que gotea la lluvia, enseres cotidianos en sitios inverosímiles, como un edredón nuevo, en su funda y colgado de una cornisa.
n niño Jesús con un brazo roto ofrece un poco de esperanza tras escapar del barro, mientars espera que alguien lo recoja sobre un cajón de cubiertos sucios - Foto: Rubén SerralléEn un lateral, en el dintel donde antes estuvo la puerta de una casa, arrancada de cuajo por el agua, está Luis, el carpintero. Está de guardia mientras habla con un cliente por el móvil. «¿Herminio? Oye, soy Luis, Yo ya estoy en vuestra casa, ¿os quieda mucho?».
Luis ya está hecho a hablar con los medios. «Soy el de la furgoneta que se hizo famosa, la que bajó por toda la cuesta dando tumbos». Su taller no está muy lejos, impracticable, pero dice que él tiene bastante trabajo qué hacer.
«Ahora mismo, sobre todo me llaman para hacer cerramientos». Cuando la preguntan el porqué, responde que hay miedo a los robos. «Hace un par de días, vieron a dos que no eran del pueblo, merodeaban por el Casco Viejo y no supieron explicar qué hacían allí».
Más de dos metros llegó el agua en el bar La Garduña - Foto: Rubén SerralléMientras habla, pasan un par de operarios con cascos blancos. Él prosigue, e indica hasta dónde subió el agua. «No se embalsó, sino que subió con fuerza, casi llegó hasta el arco donde empieza el casco viejo; si llega a pasar, entonces si que no queda nada».
Apretar y adelante. Llegan Herminio y su mujer. Entran en la casa, a ver qué queda de la planta baja; desde fuera, se oyen sollozos. Pero ambos, él y ella, son de una generación anterior, la de apretar los dientes, aguantar y adelante.
Cuando salen, están serios pero serenos; no hay ni una queja, ni un lamento, ni una lágrima. Dejan pasar, para que se pueda ver en qué estado se encuentra la casa que acababan de levantar, en el solar donde había otra más vieja.
Luis, el carpintero. - Foto: Rubén Serrallé«La casa no se tira, ya nos lo han confirmado», explica él. «Aguantó porque hicimos la estructura de hormigón armado y porque el tabique del fondo se apoya sobre un trozo de la muralla del Castillo».
Son de Caravaca, y habían hecho la casa «desde cero» para ellos y los hijos. «Si la hubierais visto -decía ella- hasta nos habían llamado de una revista de decoración para hacer un reportaje, y míralo todo como está ahora».
En el salón, queda una mesa, unos sofás, unos muebles apretujados entre sí. Al fondo, se descubre la puerta de entrada, de madera gruesa, con fuertes goznes metálicos y una potente cerradura de seguridad, arrancada de cuajo como si fuese de papel de calco.
Mariana y Herminio vuelven a entrar en casa después de 15 días. - Foto: Rubén SerralléLa mujer sigue el recorrido. Entra en lo que fue la cocina. Sólo quedan los azulejos, los grifos y un enchufe. No hay un solo electrodoméstico, nada.
Toca irse. Juan, el carpintero, se asoma para despedirse y dejar un recado. «Hasta la próxima -dice al fotógrafo y al redactor- porque tiene que haber próxima, no nos olvidéis, si queremos que el pueblo salsa de ésta, que no nos olviden, tenéis que volver».