Cataluña vota el próximo domingo, estamos pues a las puertas, de nuevo, de los colegios electorales que centrarán toda la atención política del entorno de una actualidad que parece condenada a girar en base al voto y a sus resultados. No salimos de la espiral electoral que nos lleva al eje de estos malos tiempos para las mayorías absolutas, incluso difíciles para las mayorías relativas, en un mapa donde el relieve de polarización al alza nos aboca a cada ocasión en que las urnas tienen la palabra a unos resultados que proporcionan coaliciones de difícil equilibrio, casi siempre complejas, como todo apunta que ocurrirá en Cataluña en cita tan inminente.
A diferencia de lo sucedido recientemente en Galicia, en estas elecciones catalanas la respuesta electoral es mucho más complicada de predecir. De hecho, si en algo coinciden todos los pronósticos que se han publicado estos días es en la complejidad de los mismos y en la dificultad de conjugar esos previsibles resultados en la formación de una coalición que permita sostener el gobierno de la Generalitat. Un gobierno que dependiendo de quién lo forme y de qué programa asuma será un paso más hacia la normalidad política que ha sido tan paupérrima en la Cataluña de estos últimos años o en un nuevo desencuentro, que propiciaría el estancamiento de los cauces necesarios para asumir la nueva etapa en lo que se ha dado en llamar el problema catalán. Cataluña vota este domingo y del resultado de estas elecciones dependerá buena parte de las derivas que la política española pueda tener en el futuro más inmediato. Cataluña vota, pero el resto de los españoles, sin pasar por las urnas, también nos jugamos mucho.