El matrimonio de PP y Vox no ha aguantado ni su primer verano juntos. Vox ha sido quien ha escenificado esta separación y ha propiciado el divorcio planteando sus diferencias irreconciliables. El PP intenta minimizar la situación y ya, puestos a malas, buscará sacar rédito político al inevitable divorcio. Un divorcio que, como casi todos, conlleva traumas y enfrentamientos, pero del que invariablemente alguna de las partes de la pareja rota intentará rebuscar aquello que de positivo ofrezca la nueva situación planteada. Los menores ha sido la excusa formal, pero todos sabemos que hay muchas más y que Feijóo intentará encontrarlas y aprovecharse de ellas después de la experiencia del fracasado matrimonio político que hemos presenciado. En la izquierda las divisiones y las rupturas siempre son nocivas para desgracia de las partes, pero no ocurre igual en las derechas, que antes y después del divorcio saben muy bien que lo suyo ha sido un matrimonio de conveniencia, un enlace de intereses y objetivos que se diluyen en cuanto unas de las partes aporta demasiada intransigencia a la alianza ahora quebrada.
Tras el viva los novios de hace un año, cuando se pactó la unión y las alegres ceremonias al ritmo de patrióticos pasodobles con que se celebraron los esponsales, contrasta ahora con el triste desfile de cargos y carguillos bien remunerados de Vox para hacer cola de ingreso en el PP o los equilibrios de otros aferrándose al sillón alcanzado merced al trato postelectoral, como por ejemplo algunas presidencias de cámaras autonómicas, a quienes el divorcio les puede salir muy caro. Sin la carga de la ultraderecha el PP no tardará en buscar nuevas nupcias.