La escritora Julia Navarro (Madrid, 1953) presentaba el jueves en la Librería Popular su última obra, El niño que perdió la guerra (Plaza & Janés), donde profundiza en el drama de los pequeños que fueron enviados a la antigua Unión Soviética cuando finalizaba la Guerra Civil española.
Una novela en la que temas como el desarraigo, la identidad personal o la sinrazón de la guerra afloran a lo largo de la narración, ¿no es así?
Es una novela donde he querido reflexionar sobre los regímenes totalitarios y el papel de la cultura, considerada siempre una enemiga en ese contexto.
Los personajes de Anya y Clotilde le sirven para adentrarse en el poder de la cultura y su capacidad para crear mundos paralelos, ¿todo un símbolo de resistencia ante los totalitarismos?
Sí, son un símbolo de esa resistencia, porque la cultura y el arte forman parte de sus vidas y no están dispuestas a renunciar a ello, ya que sería dejar de ser ellas mismas; Clotilde es una caricaturista, una artista que es perseguida por sus dibujos, Anya es poeta y pone música a su poesía y a los textos de sus amigos, por ello también será perseguida, ambas viven en dos dictaduras, la franquista y la soviética, y los dictadores siempre consideran a la cultura como un enemigo.
El peso de las dictaduras aboca a los personajes a perder la esperanza en el futuro, ¿en ese sentido las protagonistas son un reducto de rebeldía?
Los personajes femeninos de esta novela son dos mujeres cuyo sufrimiento es tremendo por la simple defensa de su autonomía, su derecho a pensar, elegir y crear libremente, en definitiva por el derecho a la libertad.
Esa situación límite que lleva al exilio a miles de ciudadanos ante la barbarie de las contiendas bélicas vuelve a repetirse de forma cíclica, ¿qué paralelismos pueden establecerse entre el convulso siglo XX y la delicada situación actual?
La historia de la humanidad es una historia de migraciones, cuando el hombre no ha podido seguir viviendo en su hábitat por muy distintas razones se ha marchado en busca de un lugar mejor y en el siglo XX, como en centurias pasadas y desgraciadamente puede también en el futuro, muchas personas se vieron obligadas a ello por las guerras, pero también del hambre y la miseria, otras formas de violencia; el fenómeno de las migraciones está muy presente en mi obra porque me preocupa especialmente cómo acogemos a los emigrantes, sobre todo en esta Europa de los derechos humanos que suspende en ese aspecto, porque no está resultando una tierra generosa de acogida.
Pese a la crudeza de la historia, ¿busca esbozar un hilo de esperanza en la figura del pequeño Pablo?
Cuando escribo lo que busco sobre todo es provocar al lector, no dejarlo indiferente; se que es una novela muy dura, en la que he querido plantear dos grandes cuestiones para la reflexión: una la pervivencia de los totalitarismos y las autocracias, otra el drama de las migraciones, esas personas que deben abandonar su casa, su familia y sus certezas, como te decía son los ejes de esta novela, que también están presentes en el resto de mi obra.
El éxito de sus novelas, editadas en más de 30 países, ha llegado incluso a alguna adaptación televisiva, ¿piensa que sus historias son muy susceptibles para transcribirse al lenguaje televisivo o cinematográfico?
No lo sé, esa no es mi intención. No escribo mis obras pensando en que terminen convirtiéndose en una historia audiovisual, es verdad que en alguna ocasión se ha dicho y agradezco esa visión, pero mi objetivo es conectar con los lectores, interpelarles.
¿Algún nuevo proyecto que puede revelarnos?
Estoy ahora metida de lleno en la promoción de El niño que perdió la guerra, pero ya estoy trabajando en mi siguiente obra y nunca digo nada de mis proyectos.