Los amnistiados

José Francisco Roldán
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«Una caterva de desmemoriados callan o silban mientras otorgan en silencio su respaldo a un trapicheo indigno»

Imagen de una de las sesiones de investidura a Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. - Foto: Efe

Es humano correr un tupido velo para olvidar cualquier recuerdo, especialmente desagradable, donde nos vimos involucrados sin pretenderlo. El perdón no tiene porqué incluir un olvido, porque la memoria suele ser concienzuda y pertinaz. No habrá quien pueda negar haber superado una amargura otorgando al olvido su mejor determinación. 

Indultar puede ser un sinónimo, porque también reconoce le generosidad de no pedir cuentas por lo que se ha hecho, pero cuando entramos en el terreno de las nomenclaturas legales las normas restringen conceptos para tipificar exactamente qué se consigue indultando o amnistiando. Eliminar la retribución legal de una conducta no es igual que borrar el acto que se ejecutó, porque la generosidad solapa el resentimiento sin someterse al olvido. 

Demasiados obtusos se confunden y no faltan manipuladores sociales que alimentan semejante bobería. Se trata, por tanto, de anestesiar conciencias y opiniones para hacer reflotar una tremenda injusticia, porque amnistiar significa, además, pedir explicaciones a quienes actuaron con arreglo a una legalidad indiscutible, como es el caso que nos encrespa y tortura, viendo cómo se adorna con guirnaldas fétidas el ambiente honorable de la justicia. Son muchos los malheridos por el desprecio legal pergeñado con el fin de aceptar una extorsión y regalar prebendas injustas y desproporcionadas. Y no hay error que valga, como interpretaciones que aguanten la desfachatez de la hemeroteca, donde cada adalid de la falacia demuestra su deficiente calidad ética.

Varios ministros afirmaron sin remilgos que la amnistía no estaba reconocida en el ordenamiento constitucional español. Alguno, con vehemencia desmedida, afeaba a los opositores mostrar suspicacias, Una caterva de desmemoriados callan o silban mientras otorgan en silencio su respaldo a un trapicheo indigno. Algunos magistrados, adjurando de lo que una sociedad moderna otorga a los seres prominentes, se lanzan al barro de la indecencia para disfrazar como legal una atrocidad sin paliativos. 

No hace demasiado tiempo nos decían: «La amnistía no está reconocida en nuestro ordenamiento jurídico; no está contemplada en nuestra constitución; no es constitucional; ni amnistía, ni nada de eso; la amnistía es ilegal; con nosotros, España, la ley se cumple en todo el territorio; no habrá amnistía; la amnistía acabaría con la división de poderes». No era posible imaginarse un Gobierno respaldado por separatistas o populistas, porque llevaría a la falta de democracia y a la pobreza. La retahíla de compromisos, como la sistemática repetición de que no se iba a pactar con Bildu, deja en evidencia la categoría moral de quienes los incumplen. Y no valen medias tintas, ni enjuagues acomodando la realidad a los intereses más bastardos; tampoco es de recibo escamotear hechos y datos para reclamar el borrón y cuenta nueva. 

Abusos perversos. Ya basta de abusos absolutamente perversos. Aún hay ciudadanos con fe en las instituciones del Estado, como en la tutela imprescindible de la Unión Europea, esperando que se frene esa atrocidad legislativa, que tantos destrozos vaticina a nuestra convivencia. Echamos en falta la gallardía de quienes muestran su repudio a semejante vileza y se arrugan admitiendo su complicidad. De mala calaña son quienes secundan deslealtades con sus ciudadanos obviando su responsabilidad con la verdad y decencia. Hay demasiados aguardando las consecuencias de advertir que se está dando el mando a la derecha independentista y no se va a tolerar que se utilice la pluralidad de España para tener privilegios fiscales o financieros. De ese modo se atenta gravemente al derecho fundamental, reconocido en el artículo 14 de la Constitución, como es la igualdad de los españoles. Si hay modos legales de eliminar ese desprecio, deben ponerse en marchar y garantizar el imperio de la ley sobre las artimañas de los filibusteros sociales.

Hay muchos españoles totalmente anestesiados por la eficaz propaganda perturbadora de tanto sicario de la palabra adecentando una afrenta sin paliativos. Los promotores de semejante insensatez podrían aspirar, en su caso, al indulto, pero jamás a ser amnistiados.