«Siempre tuve claro que quería volver al pueblo»

E.F
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«Soy la dueña de una 'microbodega' artesanal que se llama 'María de La Recueja'»

María García posa orgullosa frente a su bodega en La Recueja. - Foto: R.S.

Emprender siempre es difícil, pero lanzarse a hacerlo desde un pequeño municipio de menos de 300 habitantes ya es de matrícula de honor. Esto es, precisamente, lo que hace María García González, desde La Recueja, su localidad natal, y lo que la hace merecedora de uno de los reconocimientos que el Gobierno regional entregará este viernes, en el marco de los actos conmemorativos del Día de la Mujeres Rurales, que se celebra hoy, 15 de octubre.

Vayamos al grano. ¿Por qué le dan este premio?
Por ser una emprendedora rural. Soy la dueña de una microbodega artesanal que se llama 'María de La Recueja', y cuando digo 'micro' lo digo de veras, porque en 100 metros cuadrados lo hago todo, desde que entra la uva hasta que la botella está lista para salir al mercado.

¿Cuántas botellas saca al año?
En la añada de 2023, elaboré y vendí 7.000 botellas, pero mi objetivo es llegar hasta las 25.000. Mi mercado, por el momento, es mi propia comarca, La Manchuela. Las vendo en la propia zona o a los visitantes que vienen a hacer enoturismo. También ofrezco la opción de la tienda virtual y enviar el vino al cliente.

«Siempre tuve claro que quería volver al pueblo»«Siempre tuve claro que quería volver al pueblo»

¿Y por qué La Recueja?
Porque soy de aquí. Soy ingeniera agrícola y enóloga, trabajé fuera pero tenía muy claro que me quería venir. Mi padre tiene viñas, antes vendíamos las uvas a la cooperativa como se suele hacer, pero yo quería dar un paso más, trabajar otros aspectos como la elaboración y la comercialización, así que me lancé a la aventura de crear mi 'microbodega'.

¿Es duro emprender?
¿Que si es duro? Durísimo. A ver, en mi caso concreto, sabía que el mundo del vino es muy bonito y al mismo también sabía que es muy complicado, pero no era consciente hasta qué punto. A veces me pregunto si de hacerlo sabido, me hubiese metido o no en esto, o lo hubiese hecho de otra forma.

Después de tomar la decisión, ¿Cómo fue el primer paso? Y después, ¿ha tenido apoyo?
Hice la primera elaboración en un corral de gallinas. Desde entonces, he tenido que poner unos 250.000 euros de mi bolsillo. Es cierto que he tenido ayudas públicas, unos 35.000 euros, pero las ayudas son sólo una parte del reto. 

«Siempre tuve claro que quería volver al pueblo»«Siempre tuve claro que quería volver al pueblo» - Foto: Rubén Serrallé

¿A qué otras dificultades se ha enfrentado, por ejemplo?
Pues por ejemplo, que para crear una bodega de cero no importa el tamaño. Tienes que pasar por los mismos requerimientos y trámites, tanto si eres pequeña, como es mi caso, como si montas una bodega enorme de las que mueven millones de botellas al año, el proceso es idéntico y todo eso, en proporción, cuesta más cuando eres más chico.

¿Y por qué elige entonces este modelo de 'microbodega', más propio de Francia que de España?
Porque a pesar de las dificultades, creo que el modelo del château, el del vino de pago, es muy adecuado para mi proyecto como profesional y como persona. No me interesa crear un emporio empresarial, lo que quiero es ganarme la vida en mi propia tierra, dignamente.

Hablemos de los vinos que produce. ¿Cómo los definiría?
Pues ahora que hablábamos del modelo francés pensaba en uno de mis  vinos tintos, con un corte muy propio de los Borgoña, pero ligero, muy pensado para el perfil de los vinos que pide hoy la gente joven.

Pero seguro que su pequeña bodega  puede ofrecer más variedad. 
Claro que sí. En realidad, tengo dos gamas, cada una con su propia marca. La primera se llama La Rabera, con 'b', son vinos elaborados con las variedades monastrell y macabeo en depósitos de acero; la segunda se llama La Ravera, con 'v' y se diferencia de la primera porque su elaboración es mucho más artesanal, en tinajas de barro, lo que le confiere a los vinos unos matices, una personalidad única.

Antes me decía que su objetivo era  llegar a las 25.000 botellas al año. ¿Esa cifra es casual, o es algo deliberado?
Es muy deliberado, porque es el volumen de ventas que considero adecuado para que el proyecto sea sostenible a largo plazo.

Pero eso supone abrir nuevos canales de comercialización. Para un proyecto como el suyo ¿cuáles son los más adecuados?
Para una bodega como la mía, más centrada en la calidad que en la cantidad, hablamos de canales como la restauración, las tiendas especializadas, los canales gourmet, no me veo en la gran distribución.

¿Y el enoturismo? 
Pues la verdad es que es otra de las actividades propias de mi bodega y lo disfruto mucho. Como es pequeña, les puedo enseñar a los visitantes todos los pasos del proceso y rematamos siempre con una cata y maridaje de productos locales, como las tortas que nos hace la panadera del pueblo, el queso, y otros productos que no sólo son del pueblo, también de la comarca.

Antes de lanzarse a esto, ¿en dónde trabajaba?
En empresas del sector. Me formé como ingeniera aquí, en Albacete, y como enóloga en Madrid, y no me quejo, de verdad, nunca me ha faltado el trabajo, pero siempre tuve claro que quería volver al pueblo, y aquí me vine en cuanto pude.

De sus compañeros, ¿cuántos se han lanzado a emprender como hizo usted?
Muy pocos, pero no es por culpa de  ellos, es culpa de que cada año salen muy pocos ingenieros de la Escuela de Albacete, cada vez menos, lo que me entristece, de verdad, porque  para mí es algo que no tiene el más mínimo sentido ni justificación.

¿Y eso a qué se debe?
Para mí es un misterio. Agrónomos es una carrera sin paro, hay cada vez más demanda de esta clase de ingenieros, que no sólo saben gestionar explotaciones agrarias o llevar empresas agroalimentarias, estamos muy preparados para campos como la gestión ambiental, pero no sé por qué, la gente no se fija en ella.