Existen disfunciones, que afectan al comportamiento normal de nuestro cuerpo. La edad, entre otras causas, produce serios problemas y hace preciso prestar mucha atención a los esfínteres, verdaderas exclusas orgánicas. Han sido noticia reciente esos aliviaderos de las aguas empujando con peligro las cortapisas hidráulicas. Los expertos del ramo han ido incorporando elementos de control farmacológico o, simplemente, pañales para evitar los efectos devastadores de un derrame inoportuno. Para buena parte de los más mayores se hace imprescindible recurrir a elementos de limpieza y bienestar, que fueron usados, también, en su existencia inicial. La debilitación muscular en el suelo pélvico ocasiona una incontinencia urinaria. Nadie puede considerarse exento de semejante disfunción, especialmente, a partir de ciertas edades.
Hay incontinencias por esfuerzo, urgencia, mixta o rebosamiento. Quede claro que, según los profesionales del sector, nuestro cuerpo tiene hasta ciento sesenta esfínteres, lo que supone una verdadera hazaña controlar buen tamaña cantidad de válvulas. El esfínter velofaríngeo nos permite respirar y tragar. Aunque algunas personas logran habilidades especiales, es en esa zona, precisamente, por la que hablamos. Y ahí se puede producir la incontinencia verbal, llamada logorrea y, también, conocida como hiperlalia, locuacidad incoherente que puede llevar a malentendidos y conflictos. En nuestro círculo familiar, laboral y social hay personas afectadas por esa verborrea estomagante, que suelen adornan con falacias para desquiciar a cualquier ser normal.
monologuistas del poder. No pocos responsables políticos, que podrían padecer grave incontinencia urinaria, se comportan como si sufrieran esa desternillante palabrería. Monologuistas del poder empeñados en hipnotizar a las voluntades maleables, ignorantes o a tantos pretorianos en disposición de confrontarse en discusiones de mendrugos. Los zoquetes abundan en los entornos más torpes del poder partidario. La Ley debería ser el pañal perfecto, a prueba de fugas y más adecuado para controlar la incontinencia verbal que sufren algunos miembros de nuestro concurrido Gobierno español. Además del patetismo que irradian, provocan una vergüenza ajena antonomástica. No esperamos de ellos mucha educación, porque no la demuestran, tampoco lucidez de pensamiento, que no parecen conocer, ni mucho menos la formación y compostura equiparable a lo normal, pero es lógico exigirles que se expresen con rigor y verosimilitud. Para la hiperlalia no hace falta respeto, sinceridad, gallardía, honradez o conocimiento de la materia sobre la que pueden versar sus intervenciones.
En ese esperpéntico reducto de lo zafio se ha impuesto el histrionismo, la desfachatez, el desahogo moral, la mendacidad y el enjuague asqueroso de los cambios de opinión. Seguro que hay especialistas en el asunto redactando ensayos interminables sobre las barbaridades expresadas por semejante y exclusivo club de obtusos. No hay más que contrastar los dos últimos regalos de una devastadora experta en la vulgaridad y esperpento. El alegato inculto denigrando a uno de los fundamentos de nuestro Estado Derecho, mientras subsista, repudiando con estrépito la presunción de inocencia al más puro estilo bolchevique. Esa hemorragia infecciosa de una aguerrida luchadora por el falaz feminismo imperante, la llevó a exigir que se aceptara, sin más, una versión subjetiva en el proceso penal, precisamente, porque es de una mujer. En los procedimientos penales, como en otros, la apreciación de las pruebas, si concurren, ordenan la decisión de un tribunal. No se puede calificar a los jueces con arreglo a nuestros modos de ver cualquier problema, más aún si lo impone el sectarismo más rancio.
La democracia no funciona así, aunque sigue pendiente la que llaman de nuevo cuño, paradigma de la dictadura, que busca dar al traste con nuestro actual modelo constitucional, y que debemos defender a toda costa. La última correncia de semejante charlatana partidaria ha sido calificar como perversa a la universidad privada, porque dice que se pagan los títulos. Un buen número compañeros de su gobierno lo debieron hacer de ese modo. Hay quien falseó datos. No hay peor desgracia que padecer la incontinencia verbal.