Me siento triste por los acontecimientos que están sucediendo cuando estamos en un siglo XXI. No se puede tolerar ese lacra que se llama Racismo, cuando la vida en libertad y el respeto deben de ser los valores principales de una sociedad moderna como la nuestra.
El color de la piel, la altura, la forma de la nariz, de la cara y otros rasgos biológicos o ‘culturales’ no deben ser motivos para despreciar, segregar, discriminar, matar, excluir, maltratar a los “otros”, o para creer que unos grupos tienen derechos y otros no.
Porque realmente no hay ninguna razón objetiva para pensar que hay razas superiores o inferiores a otras. No existen argumentos para sostener que la naturaleza equipa mejor biológicamente (haciéndolos más inteligentes, por ejemplo; o más hábiles o más guapos -en un porcentaje tan alto que diferenciase el grupo) a unos seres humanos que a otros. Mucho menos encontramos «pruebas científicas», basadas en la biología y la genética, para jerarquizar a los grupos sociales en la sociedad en que vivimos, poniendo por encima a unos de otros o dándoles ventajas y excluyentes a otros.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1948, reconoce los derechos humanos y la dignidad de todos los seres humanos, independientemente de cualquier condición particular que tengan.
Después de las barbaries que padecieron millones de personas por su pertenencia étnica en las dos guerras mundiales, los Estados decidieron hacer esta declaración de derechos para ‘absolutizar’ al ser humano por encima de todas las decisiones políticas, culturales, socio-económicas u otras (basadas en criterios de raza) que puedan vulnerar los derechos fundamentales y la dignidad humana. Con la esperanza de que dichas barbaries no vuelvan a suceder.
Por eso, me cuesta muchísimo aceptar el trato discriminatorio que la policía norteamericana está demostrando y me cuesta porque no entiendo cómo después de tantos siglos, de tantos cambios, de tantas y tantas situaciones, en las que personajes de color han demostrado su capacidad de mando, llegando incluso a ser presidentes de los EEUU, aún sigue estando ese fuerte dilema de vida. Pero, no solo me preocupa ya lo que sucede en la sociedad norteamericana, en ese teórico primer país mundial, sino en el radicalismo y xenofobia que ha crecido en toda Europa, con partidos ultraderechistas que han accedido a escalas increíbles cuando la sociedad se ha modernizado en los estadios del respeto.
Y como consecuencia de ello, ¿qué me decís del movimiento anticolonialista, destrozando las estatuas de personajes claves en nuestra historia del mundo, personajes que llevaron la cultura y que crecieron en la solidaridad y la convivencia, como represalia ante tal situación? y no encuentro respuesta, salvo la razón del odio por emblema, odio a todo lo que pueda herir moralmente al vecino, al compañero de trabajo, al católico por serlo, al empresario por su trabajo, al científico por carisma, al famoso por envidia, al español por aventurero, al francés por ser francés o al negro por ser negro.
¿Cristóbal Colón o Fray Junípero Serra tienen la culpa de que policías radicales, sin escrúpulos, racistas, corruptos o asesinos, provoquen la muerte a gente americana de color? Tal vez, tendríamos que volver a la Edad Media y recapacitar en cómo debemos educar al ser humano ante la ignominia, la barbarie, la sinrazón y la escolástica; o quizás, recordar que no somos humanos sino animales cuando la conciencia se convierte en masa glotona que no entiende de razones sino de gustos, banalidades, deseos, engaños, vilezas, postureos, flaquezas y marcas.