El urbanismo en Toledo se parece al capricho de un dios alterado. Surgieron barrios de la nada en lugares imposibles, separados distancias kilométricas unos de otros, con calidades mínimas y beneficios máximos. En medio de este caos de urbanismo incontrolable, un alcalde, o su equipo, tuvo o tuvieron, una ocurrencia genial. Las ocurrencias, como sabrán los lectores, nada tienen que ver con la racionalidad. Las ocurrencias nacen de la improvisación, son copias trasladadas sin ningún rigor de algún otro lugar o responden a intereses de inversores espabilados. La ocurrencia consistía en juntar todos los bares y restaurantes posibles en un espacio limitado y acotado. La decisión revolucionó el ritmo tranquilo de un barrio que se había formado a instancias diferentes, desde cooperativas de funcionarios o trabajadores de empresas hasta influencias de especuladores, donantes de aportaciones para las campañas electorales. El ruido de mucha gente concentrada y, casi siempre calentada con los vapores del alcohol, impedía el sueño reparador de los vecinos y el discurrir de la vida ordinaria de los habitantes del barrio.
Como suele ocurrir en estos casos, las protestas vecinales se perdían entre las quejas de los afectados, las promesas de soluciones y la ausencia obvia de resultados. El problema se había creado sin medir las consecuencias. Nadie evaluó el coste sicológico, social y económico de la decisión. Al fin y al cabo, una ocurrencia es una ocurrencia y cuando las dificultades arrecian los responsables se difuminan. La concentración de bares no se ha resuelto, incluso se han añadido algunos más, por lo que el desastre se mantiene sin soluciones a la vista. El barrio, que no es otro que el conocido como Santa Teresa, se ha debido acostumbrar a estas alteraciones pues votan con insistencia ciega a los sucesores de quienes crearon los problemas de ruido a los vecinos. Lo llevan con paciencia y resignación que es lo que se espera de unas gentes que se creen de clase media. Al fin y al cabo, cada barrio, cada pueblo, cada ciudad y cada nación son muy dueños de ahorcarse con la cuerda que ellos mismos elaboran con sus acciones y decisiones.