No es suerte. La suerte no se levanta antes de que salga el sol ni se va a dormir temprano. No da el máximo en lo que hace. La suerte no se desvela en mitad de la noche por tener la mente hiperpoblada de preocupaciones, ideas, proyectos o retos más o menos asumibles.
No, queridos lectores, no es suerte. La suerte no sale de su zona de confort un día sí y otro también, no se pone a prueba continuamente, no, la suerte no castiga tu cuello y genera contracturas por tensiones acumuladas.
La suerte no sabe de sacrificios, de incertidumbre, de valentía y de miedos.
No es suerte, son ganas de avanzar, de sacar a pasear tu mejor versión, de demostrarles y, sobre todo, demostrarte que eres capaz de dar lo máximo, siempre intentando colocar el listón un poquito más alto. No, amigos, no es suerte. Es una actitud ante la vida, porque, sencillamente, la actitud en esta vida lo es todo.
De ese modo, cuando escuchéis a alguien decir de otra persona «qué suerte tiene», ponedlo en cuarentena, porque, muy probablemente, detrás de esa imagen de «suertudo» hay un camino repleto de obstáculos superados, de heridas en el alma, de piel curtida por las inclemencias del tiempo, de experiencias lloradas en la más absoluta soledad, de oportunidades buscadas y aprovechadas, de cicatrices nacidas de mil batallas superadas y de una mochila muy pesada que portó a sus espaldas. No, no minimicéis con esa facilidad.
Lo que muchas veces denominamos suerte no es sino el resultado de un gran esfuerzo que ahora ofrece un fruto brillante.