La clave para una unión sólida y duradera

Redacción
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Los cursillos prematrimoniales son clave para preparar a los novios en su camino hacia el matrimonio y, más que un requisito, buscan fortalecer el verdadero significado del sacramento

Una pareja de recién casados atraviesa la puerta del templo catedralicio tras celebrar su enlace. - Foto: R.S.

«La compleja realidad social y los desafíos que la familia está llamada a afrontar hoy requieren un compromiso mayor de toda la comunidad cristiana en la preparación de los prometidos al matrimonio» (Amoris Laetitia, 206)

Hoy en día, muchas parejas solicitan el matrimonio sacramental sin un fuerte vínculo con la Iglesia. Muchos solicitan el sacramento del matrimonio por tradición o porque aún conservan valores y recuerdos de la educación cristiana que recibieron de sus padres. En la actualidad, no sólo faltan vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal, sino también al matrimonio como sacramento de la Iglesia. Abundan, cada día más, las parejas de hecho, quienes optan por vivir juntas sin casarse o quienes eligen el matrimonio civil. Además, a veces se percibe, que muchas de las parejas que se casan «por la Iglesia» no son plenamente conscientes del significado de este sacramento;sin embargo, también es cierto que algunas parejas se acercan a él desde una vivencia profunda de fe y comunidad.

Sea cual sea la motivación de cada pareja, lo cierto es que la preparación al matrimonio no puede reducirse a un mero trámite que los novios deban cumplir para obtener un certificado que les permita casarse en la Iglesia. Sabemos que la vida en común, formar una familia y mantenerla unida con amor no es fácil, pero tampoco imposible. Solo es necesario aprender a gestionar bien el amor.

Las parejas que inician una vida en común pueden aprender sobre la marcha, con el riesgo de enfrentarse a algunas dificultades que quizá no sean capaces de superar. O bien, pueden recibir una formación previa que les proporcione herramientas para afrontar con éxito los desafíos de la convivencia.

Es esta segunda opción la que nos propone el Papa Francisco. Ante las dificultades a las que se enfrentan los matrimonios, no podemos quedarnos pasivos. Por ello, la Iglesia está comprometida con la formación y el acompañamiento de los novios y recién casados, convencidos de que es una tarea que debe abordarse desde las parroquias y los movimientos eclesiales.

caminos prácticos. «Estos aportes no son únicamente convicciones doctrinales, ni siquiera pueden reducirse a los preciosos recursos espirituales que siempre ofrece la Iglesia, sino que también deben ser caminos prácticos, consejos bien encarnados, tácticas tomadas de la experiencia, orientaciones psicológicas». ( Amoris Laetitia, 211).

Por todo esto, los cursillos prematrimoniales deben concebirse como un espacio donde los novios puedan: reflexionar sobre su relación, evaluar su situación actual y definir hacia dónde desean dirigirla; aprender técnicas de comunicación y relación; conocer el verdadero significado del matrimonio sacramental y optar por él de manera consciente y libre.

«Se vuelve imprescindible acompañar en los primeros años de la vida matrimonial para enriquecer y profundizar la decisión consciente y libre de pertenecerse y de amarse hasta el fin» (Amoris Laetitia, 217).

Un cursillo de unas pocas horas se convierte en una experiencia puntual, más o menos satisfactoria, pero que, inevitablemente, cae en el olvido sin generar un impacto real en la vida de los nuevos esposos.

Por ello, para aquellas parejas que lo deseen, es fundamental formar parte de grupos de acompañamiento para novios y recién casados, donde puedan profundizar en el uso de recursos para la convivencia, adquirir herramientas que fortalezcan su relación y recibir formación basada en valores sólidos sobre los que edificar la nueva familia que han creado.

Desde los cursillos prematrimoniales y durante el acompañamiento posterior, el objetivo es que cada nuevo matrimonio descubra el valor de su amor. Que sientan la necesidad de vivirlo también en comunidad y de compartirlo con los demás. Y, sobre todo, que se sientan invitados a formar parte activa de la Iglesia y a hacerla suya.

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