Da igual cuando leas este mensaje: la culpa siempre es de los periodistas. Porque parece que saben mucho o por ignorantes y analfabetos. Cuando hay alguna crisis -internacional o local, da igual- siempre son el blanco más fácil y son atacados de inmediato por hordas de tuiteros o como se llamen ahora los seguidores de la X creada por Elon Musk. Es lo que tiene poder opinar desde el sofá de tu casa, con tiempo infinito para responder a los que piensan diferente y, por lo general, bajo el anonimato de las redes insociales. Si tienes un pelín de chispa es suficiente para sacar tu vena de monologuista doméstico: "De los creadores de plumillas convertidos en virólogos y epidemiólogos durante la pandemia llega ahora su transformación en judeólogos y expertos en el conflicto árabe israelí".
Se puede bromear lo que se quiera e intentar ridiculizar a los periodistas hasta el extremo. Da igual lo que digas porque siempre tendrá razón el cuñadismo de barra de taberna sin categoría. Aun así, hay momentos en los que es necesario recordar lo evidente. Aquí la clave es plantear realidades dentro de un contexto de profesionalidad, que lleve a diferenciar lo que son los canales y formatos serios de aquellos que han proliferado aportando inmediatez sin ningún tipo de formación. Ni tienen miedo a equivocarse ni se sienten responsables de sus errores; mañana nadie se acordará de ellos. Lo que dijeron fue con tal prontitud que se esfumó con la misma celeridad.
Es evidente que un periodista no puede saber de todo. Desconfíen de los que se presentan como tal. Lo que hay que exigir a los que editan un informativo, dirigen un periódico o presentan un programa cualquiera -de radio, televisión o a través de la aplicación que se les ocurra- es que tengan la suficiente capacidad para poder llegar a los que más conocimientos tienen del tema que van a abordar, aunque eso no sea tarea sencilla. Se trata de reunir el mayor número de fuentes creíbles y contrastadas. Lo estamos viendo ante este ataque terrorista sin precedentes que arrastra un conflicto con mil aristas y que ha provocado una respuesta de consecuencias incalculables.
Por lo general, cuando de lo que se trata es de atacar al colectivo es recurso antiguo elevar la anécdota a categoría para conseguir el objetivo perseguido. Y en esas están los que quieren estirar todo lo posible lo que opinaron varias colaboradoras de TadeAR, el nuevo programa de Ana Rosa en Mediaset. Sobra decir que ni Alaska ni Lolita son las más indicadas para categorizar sobre lo que está ocurriendo en Oriente Próximo. Y es responsabilidad de la directora, Ana Rosa Quintana en este caso, el darles voz con este asunto. Dentro de la trivialización total que alcanzan ciertos programas, igual sus responsables entienden que son voces que pueden conectar con cierta opinión de la calle. Vete a saber. Desconozco el objetivo, pero hay momentos en los que la gravedad de la situación exige un compromiso de doble vía. De los directores y de los que les cae el marrón, que deberían conocer que es mejor entonar un pasopalabra antes que teorizar sobre algo de lo que no tienen ni repajolera idea.
Salvo situaciones puntuales, que en ningún caso deberían servir para atacar al conjunto, los momentos críticos han de ser aprovechados por los profesionales de la comunicación para elevar la credibilidad de un sector que se ha ido diluyendo. Es en estas crisis -bélicas, sanitarias o sociales- en las que el periodismo ha de escribir sus páginas más brillantes, recuperando el prestigio perdido por los que nos dedicamos al mejor oficio del mundo.