Un guion con un final abierto

Marina Segura (EFE)
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En solo nueve meses desde que surgió el SARS-CoV-2, las farmacéuticas fueron capaces de ofrecer al mundo una vacuna efectiva que inmunizó a toda la población

Un guion con un final abierto - Foto: EP

Casi en tiempo real, el planeta siguió con ansiedad el desarrollo de las primeras vacunas contra la covid-19, una historia de éxito científico y cooperación internacional que cinco años después mantiene el suspense de un final abierto, porque el virus del SARS-CoV-2 sigue mutando y generando nuevas cepas.

A una velocidad de vértigo, lo que dura un embarazo, se lograron sueros eficaces y seguros -basados por primera vez en el ARN mensajero-, aunque detrás había una investigación que llevaba años en los laboratorios; y de paso se demostró la poca distancia que puede haber entre la ciencia básica y las aplicaciones prácticas que salvan millones de vidas.

Cinco años después de que el virus SARS-CoV-2, causante de la covid-19, alterara la vida cotidiana y la economía mundial, la siguiente meta es una vacuna universal (pancoronavirus). Entretanto, los antídotos se adaptan a la cepa que está circulando en cada momento y los laboratorios continúan explorando otras muchas vías de ataque.

Hoy existen una decena de profilaxis avaladas por la OMS contra la enfermedad y hay más de una treintena aprobadas por las autoridades nacionales en sus respectivos territorios.

En un escenario distópico donde se mezcló la ciencia, la política, las acusaciones de espionaje, el miedo y la angustia, investigadores de todo el mundo contribuyeron a diseñar los primeros preparados de ARN mensajero con un blanco común: la proteína S (de Spike en inglés, espícula o espiga).

La familia de los coronavirus, de los que al menos siete pueden infectar al ser humano, comparten una característica: la corona, una proteína en forma de espiga que utilizan para infectar a las células del organismo donde se hospedan.

Desde los primeros casos de esta dolencia en diciembre de 2019 en la ciudad de Wuhan y antes de decretarse férreos confinamientos, la comunidad científica comenzó a analizar el SARS-CoV-2. Al poco tiempo un equipo chino logró secuenciar su genoma completo, esencial para poder entenderlo y diseñar una vacuna.

Primero llegó el suero de la estadounidense Pfizer y la alemana BioNTech; después el de la también estadounidense Moderna y a continuación el anglosueco de AstraZeneca.

Con tecnologías distintas, las tres vacunas producen la proteína Spike del SARS-CoV-2 para que el organismo la detecte y genere defensas activas contra el virus.

El 8 de diciembre de 2020, conocido como V-Day (día de la vacuna), el Reino Unido fue el primer país de occidente en iniciar su programa de inmunización con Pfizer a los mayores de 80 años y sanitarios. Seis días después, el mismo suero empieza a pincharse en EEUU.

La rapidez con la que se fabricaron los sueros tuvo que ver con los miles de millones de euros invertidos por los Gobiernos de todo el mundo y el hecho de realizar los procesos en paralelo, no de modo secuencial como es habitual. Por ejemplo, antes de conocer los resultados de la fase I, ya se empezaba con la fase II, aún a riesgo de fracasar en la etapa previa y tirar todo el esfuerzo y el dinero a la papelera.

Otro desafío fue la logística de la conservación y almacenamiento de las vacunas: pese a que la de Pfizer y Moderna son similares, la primera debe conservarse a -80ºC y la segunda a -20 grados.

Años después, en 2024, AstraZeneca retiró del mercado su vacuna, la más barata y fácil de almacenar, tras vender 3.000 millones de dosis. Su reputación se vio muy dañada al detectarse casos de trombosis, en ocasiones mortales, y dejó de administrarse de forma temporal o definitiva en muchos países, incluida España.

Hasta 2022 no llegaría al mercado la primera y única vacuna española (Bimervax), fabricada por la multinacional Hipra. Por su tecnología puede conservarse entre 2 y 8 grados, lo que simplifica su reparto fuera de Europa.

¿Y ahora, qué?

El último boletín de seguimiento semestral de la OMS, publicado el pasado febrero, asegura que el riesgo para la salud pública mundial asociado con la covid-19 sigue siendo alto.

Y ello pese a la reducción del impacto en 2023 y 2024 gracias a los altos niveles de inmunidad de la población, logrados mediante infección y vacunación; la virulencia similar de los sublinajes JN.1 que circulan hoy en comparación con los anteriores del ómicron; la disponibilidad de pruebas de diagnóstico y una mejor gestión de los casos clínicos.

Sin embargo, la circulación del patógeno continúa en «niveles significativos», como lo indica el porcentaje de positividad de las pruebas de los sitios centinela y el muestreo de aguas residuales.

Pese a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud las acciones de vigilancia del SARS-CoV-2 están perdiendo prioridad y financiación, a lo que se suma la reducción continua del número de secuencias de genomas enviadas a bases de datos de acceso público.

Ello hace que sea cada vez más difícil evaluar con precisión la escala de la transmisión comunitaria, la carga del virus y la evolución en curso de la enfermedad. Y hay coincidencia en que la pregunta ya no es si habrá una nueva pandemia sino cuándo ocurrirá.

Sin embargo, los científicos van un paso por delante y un grupo de investigadores británicos y estadounidenses ya han desarrollado una nueva tecnología de vacunas que protege contra una amplia gama de coronavirus, algunos de los cuales todavía se desconocen.

El estudio se basa en la llamada vacunología proactiva, es decir, en fármacos cuyo diseño y fabricación se realiza antes de que surja un virus potencialmente pandémico.

Así, la nueva profilaxis en investigación es capaz de reconocer regiones específicas de ocho coronavirus distintos, entre ellos el SARS-CoV-1, el SARS-CoV-2 y varios que circulan actualmente entre murciélagos.