Del confinamiento a la nueva normalidad

J. Villahizán (SPC) - Agencias
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Durante 98 días de estado de alarma, los españoles contuvieron la respiración con la esperanza de recuperar una forma de vida que se perdió aquel 14 de marzo de 2020

Las calles vacías, como está de Pamplona, se convirtieron en imágenes habituales durante las primeras semanas del estado de alarma. - Foto: EFE

Calles vacías, sirenas, soledad, silencio, aplausos, videollamadas en grupo, compras agitadas en los supermercados, controles policiales, angustia, miedo, incertidumbre y hasta horror. La pandemia nos transformó a todos, nos mutó en un mundo desconocido donde las palabras estado de alarma, positivos y muertos se hicieron comunes, y donde la distopía cogió forma. 

Afortunadamente, la nueva y hasta la vieja normalidad volvió a hacerse un hueco pasados los meses más críticos del confinamiento, aunque hubo muchas personas que se quedaron por el camino o que no recuperaron del todo esa sensación de completa libertad previa a 2020.

Fueron 98 días de vivir en una especie de burbuja de ciencia ficción entre cuatro paredes, pendientes de las informaciones que venían de las autoridades y de las cifras de contagiados y decesos. 

Antes del día D de la pandemia en España, incluso jornadas previas al 14 de marzo -cuando se decretó por primera vez el estado de alarma- nadie esperaba que de esa enfermedad, que aún se denominaba neumonía china, fueran a morir más de 150.000 personas en el país.

Pero a un ritmo frenético de expansión del virus y con noticias tan cercanas como las que llegaban desde el epicentro del principal foco del covid en Europa, que se produjo en la zona norte de Italia, los españoles se pusieran en guardia ante anuncios de confinamientos masivos de la población. Las informaciones que llegaban hicieron entender a la población que venían días difíciles y muy complicados.

Todo explotó el 14 de marzo de aquel fatídico 2020, cuando, ante la incredulidad de la sociedad, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decretó el estado de alarma, con severas medidas de restricción al movimiento de personas y sobre la actividad económica, excepto para quienes iban a trabajar, comprar en farmacias, supermercados o pasear mascotas.

Esta desconocida figura se anunció por una duración inicial de 15 días, tras sucesivas prórrogas, se mantuvo hasta el 21 de junio. Fueron más de tres meses donde la vida cambió de una forma radical, hasta para las cosas más sencillas. 

Medidas draconianas

Es durante esas primeras semanas de confinamiento cuando el Ejecutivo empieza a tomar medidas draconianas con la intención de ralentizar la velocidad con la que se expande el virus. Controla la sanidad privada, contrata personal médico y realiza un amplio despliegue de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Además, cierra fronteras terrestres, se cancelan todo tipo de actos y la economía entra en una especie hibernación tras la segunda prórroga.

La población, que vive esos momentos con incredulidad primero y con miedo y dolor después, sale a los balcones a las ocho de la tarde para aplaudir al personal sanitario que combate el virus en primera línea. Es la impotencia y la rabia ante una enfermedad de la que no se sabe nada y también el agradecimiento hacia unas personas que lo están dado todo.

Pero todavía no se había tocado fondo. A finales de 2020 ya se habían superado los 1.000 fallecimientos y fue el 2 de abril cuando se registró el mayor número de muertos en un solo día, hasta 950.

Fue en esos días cuando se conoció una de las imágenes más duras. El Ejército halló en sus visitas a varias residencias ancianos absolutamente abandonados, cuando no muertos en sus camas.

España contenía el aliento justo cuando empezaron a estabilizarse los contagios y, aunque con medidas cada vez menos restrictivas, se prorroga en varias ocasiones el estado de alarma.

La desescalada

Afortunadamente, el país comenzó a principios de mayo una ansiada desescalada, en donde se autorizaron salidas generalizadas por tramos de edad y franjas horarias. Ese 4 de mayo, el país superaba ya las 25.000 muertes.

El plan contemplaba cuatro etapas, distintas velocidades según los territorios y una duración prevista de entre seis y ocho semanas. En la llamada fase 0 fue obligatoria la mascarilla en el transporte público, se permitió la apertura de peluquerías y pequeños comercios con cita previa y restaurantes de comida para llevar. El 21 de mayo se hizo obligatorio el uso del cubrebocas en los espacios públicos para los mayores de seis años.

Lo peor ya había pasado y los españoles veían la luz al final del túnel. Tras 98 días y seis prórrogas, finalizó el estado de alarma. Desde la entrada en la fase 3, eran las comunidades autónomas las que determinaron el ritmo de relajación de las medidas.

Una vez superada la primera ola, y a las puertas del verano, las medidas se relajaron y los españoles entendieron aquello de la nueva normalidad: distancia social, mascarilla, aseo de manos y grupos reducidos. Una vida que se parecía a la anterior de marzo de 2020, pero que no era la misma a causa de las restricciones.

Pero todo se truncó un día indeterminado del mes de julio. Tras el levantamiento del confinamiento y el aumento de la movilidad por las vacaciones estivales llegó a España la segunda ola de la pandemia. La incidencia volvió a dispararse en los meses siguientes y, pese al endurecimiento de acciones restrictivas en algunas regiones, las cifras de transmisión y las hospitalizaciones no paraban de crecer, aunque con consecuencias menos graves.

Al final y tras meses con la esperanza puesta en la llegada de la vacuna, el nuevo fármaco se inoculó en España a partir de finales de diciembre. Desde entonces, el páis vive ya en plena normalidad tras superarse una de las crisis sanitarias y sociales más graves de los últimos tiempos.