Hay que reconocer que solemos usar palabras no amparadas por la Real Academia de la Legua, pero suponen expresiones vulgares de nuestro entorno y desde siempre. Cualquiera de ellas tiene tras de sí una historia comarcal o vinculada a espacios geográficos muy reducidos, que en otros puntos recogen su sentido, aunque con diferente acepción. Muchos ejemplos nos harían distraer el tiempo del que pudiéramos disponer. El estufío es el modo incorrecto de pronunciar estufido, derivación murciana de la palabra bufar, el modo de mostrar enfado con palabras o gestos ante el comportamiento ajeno. Los que somos de la antigua Región de Murcia hemos escuchado decirlo en casa con normalidad, especialmente cuando respondíamos a cualquier requerimiento doméstico, según el aguante que cada uno mantenía.
Otro modo de expresar la respuesta furiosa del animal emblemático español, como es el toro de lidia. Y no podemos esconde las enormes ganas de bufar ante la desproporcionada desmotivación social que la casta política ha generado en España.
La desmoralización es evidente, pero la necesidad de bufar se hace insostenible, lo que ha producido un cabreo inmenso en unos ciudadanos asqueados, mientras contemplan la incompetencia, negligencia, imprudencia, indolencia o dolo de quienes deberían pensar más en los que han de ser servidos, porque esa es su obligación principal, gestionar recursos garantizando sus derechos y libertades, que siguen olvidando, conscientemente, en esa lucha diaria por alcanzar o mantener el poder acaparando prebendas y caudales con los que asegurarse presente y futuro, como el de tantos miembros de sus bandas organizadas, verdadera plaga infecciosas que insisten en propagar. Escuchamos demasiada palabrería hueca para recordarnos que tenemos mala y poca memoria, por eso nos entretienen con chascarrillos sin fuste, de manera que el bufar supone un mecanismo de queja inútil, pero socorrido para los que no saben cómo responder a tanta desvergüenza.
Algunas frases. Viene al caso recordar algunas frases: «Las tramas de corrupción que afectan al partido del Gobierno suponen una mancha en la proyección internacional y en el prestigio de nuestro país. La ejemplaridad pública es innegociable y el mayor enemigo de nuestro Estado es la corrupción. Un presidente del Gobierno debe ser un referente, sobre todo moral, para el conjunto de la sociedad. Mal ejemplo está dando el actual presidente del Gobierno a nuestros hijos y nuestras hijas. Si no pone fin a su agonía, acabarán agonizando nuestras instituciones. Dimita. La corrupción ha llegado al Gobierno de España».
Acertado mensaje que pronunció nuestro actual presidente cuando estaba en la oposición y afeaba al precedente su comportamiento. Semejante deriva exige un estufío mayúsculo como respuesta a la afrenta legal, ético y moral de unos responsables públicos avasallados por la falsedad y el embrollo interesado sacando rédito económico y social. Una mayoría de nuestros parlamentarios, también algunos de lo que antiguamente era la Región de Murcia, han traicionado las expectativas mintiendo a sus ciudadanos y apoyando las veleidades del poder sin miramientos. Se merecen, por tanto, un gran estufido en señal de desprecio manifiesto a su conducta.
Desgraciadamente, porque hay mucho estómago agradecido y vanidades satisfechas, no recibirán el vacío social que se merecen cada mañana. Amnistiar delincuentes alterando la legalidad vigente no es más que acomodar las normas al interés pervertido. Las matemáticas parlamentarias para vaciar o rebajar las conductas tipificadas como traición, sedición y malversación, no tienen más dignidad que un negocio sucio firmado entre capos, que amasan influencia y dinero. Un exministro, pendiente de explicar los gastos de Sanidad durante la pandemia, además de una tremenda sarta de falacias, por el intercambio de óbolos sociales, ha logrado ser presidente de la Comunidad Autónoma catalana. Su semblante taciturno y patibulario no aporta demasiado optimismo a esta España ensombrecida y maltratada. Por eso deseamos responder con un ensordecedor estufío.