El año 2024 parece que romperá la tendencia negativa de las cifras de natalidad de los últimos años, ya que con datos correspondientes a noviembre, los últimos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), tanto a nivel provincial, como regional y nacional se registra un aumento, tras varios años de descensos más o menos elevados. La provincia de Albacete suma casi 2.400 alumbramientos en los 11 primeros meses, que son casi un dos por ciento más que el año anterior, mientras que en Castilla-La Mancha aumentan un 2,1% y en el conjunto del país el incremento es más moderado, del 0,8%.
Será preciso esperar al cierre final del año para ver si se consolidan los datos y, sobre todo, a los años siguientes para comprobar si la tendencia cambia hacia cifras positivas, porque hay que tener en cuenta que no hay recetas mágicas, no existen atajos y nadie dará con la solución inmediata al problema de la natalidad, que es en realidad el del envejecimiento generalizado. Sin niños no hay futuro, es simple. Ni garantías de que el estado de bienestar sea eficaz y viable a medio y largo plazo. La inmigración va paliando el déficit de nacimientos, pero no es la solución por sí misma.
Poniendo el foco en los últimos años, hay políticas encaminadas al fomento de la familia que sí ayudan. No resuelven, pero ayudan. La gratuidad de la educación desde los cero años o los incentivos fiscales que se han articulado desde las comunidades autónomas son políticas a favor de la familia, pero hay causas de la problemática que son estructurales y que requieren planificación estratégica.
Políticas a largo plazo, en definitiva. Por ejemplo, no se puede pedir a los jóvenes que tengan familia si ni siquiera pueden acceder a una vivienda digna en condiciones decentes. Tampoco si el mercado laboral ofrece alternativas que convierten a los empleados más jóvenes en trabajadores pobres. Estos problemas son el corazón de todos los demás, llenan de obstáculos el camino hacia una vida en familia y no parece que vayan a revertir.
También es innegable que existe un cambio cultural o de paradigma que ha subvertido el orden tradicional en torno a la familia como eje de la sociedad. La necesidad de que ambos progenitores trabajen, la negativa a asumir responsabilidades de las que quizás no se pueda responder con garantías y la cultura del miedo inoculada por dos crisis históricas -la hipotecaria y la del coronavirus- han causado estragos en el modelo de vida por el que están optando los jóvenes. También la movilidad geográfica laboral ha hecho lo suyo: alguien no arraigado difícilmente apostará por crear una familia. Como colofón, la indiferencia que demuestran las políticas aplicadas sobre esta amenaza es dramática.