A Pedro Sánchez no le gusta la palabra rearme, aunque en honor a la verdad, al presidente español empiezan a no gustarle muchas cosas. Sobre todo, no le agrada la acumulación de problemas, que su imagen se desmorone, que sus socios le hayan encontrado el punto y le provoquen quebraderos de cabeza, y que comparta Gobierno con una dirigente que ha propuesto que España abandone la OTAN.
Un sinsentido, además de una constatación inequívoca de que el jefe del Ejecutivo ha elegido como compañeros a políticos anclados en los mensajes de la izquierda que se movía en tiempos pasados, con eslóganes que en ningún caso son aplicables a un país democrático occidental. Mucho menos cuando se trata de una nación atlantista.
Recuerda esa posición de Sumar una imagen que Sánchez intenta que se olvide: en sus tiempos de oposición al PP, llegó a decir que si un día era presidente del eliminaría el Ministerio de Defensa. Cada vez que alguien ha intentado recordarlo, tanto dentro como fuera de España, el inquilino de Moncloa ha hecho como que no lo oía. Nada más lejos de lo que pretende hoy, que es presentarse como un líder de Europa que apuesta por la seguridad y la Defensa sin complejos. Un socio creíble de la Alianza Atlántica.
No es el mejor momento de su Gobierno, por no decir que es el peor. Si lleva meses luchando contra las noticias de la corrupción que afectan a personas muy próximas a su entorno, ahora ha tenido que sustituir la estrategia del «no hay caso, son bulos, alguien tendrá que pedir perdón al Fiscal General del Estado, y medios de comunicación críticos publican noticias falsas», con la estrategia del silencio. O de arreciar las críticas contra jueces y periodistas que toman decisiones o sacan a la luz informaciones que no convienen al Ejecutivo. O acude Sánchez a las dos personas más dispuestas a echarle una mano, el presidente del Tribunal Constitucional (TC), Cándido Conde Pumpido, y el ministro de Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, para que le saquen las castañas del fuego.
El primero ha aceptado con resignación que la sombra de la duda se cierna sobre las decisiones del TC que se aprueban al aplicar la mayoría llamada progresista. En contra del criterio no solo de la minoría llamada conservadora, sino también de la opinión de jueces y catedráticos de larga trayectoria y prestigio.
En cuanto a Bolaños, ha dejado de ser el negociador que lograba todos sus objetivos. En los últimos días, Sumar ha votado en sentido contrario a lo que defendía Pedro Sánchez y, lo que es aún más grave, se han producido alianzas indeseadas entre partidos que hasta ahora se consideraban apoyos indiscutibles del Gobierno y el PP.
La última ha sido el pasado jueves, día aciago para el Gabinete, que no ha conseguido aprobar iniciativas que Moncloa consideraba que sacaría adelante. Tras ese jueves negro, ya ni siquiera es seguro que el PNV siga votando todo lo que proponga el socialista: la guerra de Ucrania y la necesidad de costearla ha provocado una situación para el líder socialista de difícil salida.
Cuestión de vocabulario
La UE y la OTAN obligan a ampliar el presupuesto de Defensa y Sánchez se ha convertido en el país rebelde. Hace cálculos y no le salen las cuentas. El principal problema es Sumar, su partido coaligado, que está en el no implacable a incrementar la inversión en este campo.
No lo hace Yolanda Díaz por convicción, sino para tratar de levantar cabeza ante las próximas elecciones, porque se encuentra en una situación de declive incuestionable, mientras se advierte una recuperación de su principal adversario, Podemos. Si a eso se suma que Puigdemont ya no vota siempre e inexcusablemente con el Gobierno, que ERC es cada vez más crítico, y que el PNV acaba de demostrar que tampoco dice que sí a todo -se empieza a notar el cambio en la cúpula del partido- la situación de Sánchez empieza a peligrar, aunque tiene fama de ser hombre de siete vidas que resiste a todo, incluso a lo impensable.
Se ha producido un acontecimiento que da pie al PP para levantar cabeza tras el cúmulo de errores cometidos al apoyar a Mazón nuevamente en decisiones inaceptables -pésima gestión de la dana, pacto con Vox en el peor momento-. Fallos que han provocado decepciones internas y críticas generalizadas: en la reunión del jueves del Consejo Europeo -institución que engloba a los jefes de Gobierno de los miembros de la UE-, la posición de Sánchez contraria a incrementar el presupuesto de Defensa coincide, con matices, con la de Giorgia Meloni, primera ministra de Italia.
Aunque pertenece a un partido de ultraderecha, Fratelli, está ahora muy desligado de los movimientos extremistas europeos, pero al PP se le abre un puerta estratégica si sabe utilizarla: Sánchez, cuando le conviene, mantiene posiciones propias de la extrema derecha. Es la estrategia que el mandatario español utilizó para formar gobierno cuando perdió las elecciones: votar a Feijóo era votar a Vox.
Sin embargo, no fue ese el punto más negativo para el presidente en la última reunión del Consejo Europeo: no consiguió que se dejara de mencionar la palabra rearme al hablar del futuro de la Defensa. Tampoco logró que se aprobara su idea de que la UE se endeudara para conseguir los 800.000 millones de euros necesarios para garantizar la seguridad, y facilitara fondos a los países del bloque para cumplir sus compromisos militares. Tercero, tampoco consiguió que en el capítulo presupuestario de Defensa se incluyeran apartados como la ciberseguridad, el control de fronteras y la transición ecológica. No coló: era evidente que el jefe del Ejecutivo español añadía esos conceptos para disimular, de cara a sus socios de izquierda, que aceptaba los compromisos que imponían la UE y la OTAN para incrementar el gasto militar ante el peligro, evidente, de las ansias expansionistas de Rusia.
Una nueva ilegalidad
De regreso a España tras el frustrante viaje a Bruselas, Sánchez se encontró con la realidad de un debate parlamentario bronco, de los peores vividos en el Congreso, y se topó también con nuevas revelaciones sobre el caso Ábalos. Le preocupan seguro, aunque hace como que le resbalan. Aunque está ya curado de espanto tras las noticias que se publican a diario y que demuestran que los delitos de corrupción, pago de comisiones, cuentas corrientes inexplicables y operaciones ilegales se producían casi en la puerta de su despacho.
En esa situación, sin socios incondicionales que le apoyen a pesar de la incomodidad que produce la corrupción de algunos de sus principales colaboradores, el dirigente español se ha inclinado por tomar una decisión absolutamente ilegal: no llevará al Congreso los Presupuestos Generales del Estado, asumiendo que no podría aprobarlos.
No le preocupa excesivamente porque puede prorrogarlos una vez más, aunque eso obliga a renunciar a promesas, ya que no dispondrá de los fondos necesarios para abordarlas. Pero es ilegal no presentar las Cuentas: se pueden prorrogar, de hecho se amplían automáticamente cuando se cumple el plazo para su aprobación.
Pero la Ley exige presentarlas al Parlamento. Y Sánchez no quiere pasar por ese bochorno.