El 80% de los presos están en situación de pobreza o exclusión

Nani García
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Cáritas trabaja en el centro penitenciario albacetense la prevención, el apoyo, el acompañamiento y la reinserción

Imagen del taller de creación textil que se desarrolla en la prisión. - Foto: C.A.

El ingreso de una persona en prisión origina un impacto altamente negativo y genera inseguridades y miedos. «La pérdida de libertad es una de las peores circunstancias que puede vivir una persona», aseguran desde Cáritas Diocesana, señalando que, ante esta circunstancia, con el fin de amortiguar todo lo negativo en torno al ingreso en un centro penitenciario, la entidad trabaja para acompañar a las personas privadas de libertad en todo el proceso.

El lema de Cáritas es «trabajar con los últimos y no atendidos» y el entorno penitenciario recoge todas las pobrezas existentes, por lo que la entidad social pretende ser una ventana abierta a la esperanza de los presos para recuperar la confianza en sí mismas y reconstruir su vida una vez cumplida su pena de prisión. «Es trabajo de toda la sociedad ser parte en la inclusión social, laboral y familiar de estas personas», afirman.

Cáritas busca dar respuesta a las personas que están o han estado privadas de libertad para conseguir una inclusión real. Para ello, lleva a cabo un programa denominado Abrir Ventanas, con el que apoya a las personas reclusas en todas las etapas de su condena e inicio de libertad, o penados, en el cumplimiento de penas alternativas, así como en la recuperación de vínculos familiares y sociales. Se trata de un proyecto que está enmarcado en la prevención, el apoyo, el acompañamiento y la reinserción en cada una de sus fases.

Imagen del taller de creación textil que se desarrolla en la prisión. Imagen del taller de creación textil que se desarrolla en la prisión. - Foto: C.A.«Son personas que tienen derecho a cambiar porque en su vida han tomado una mala decisión», subrayaron, indicando que «en Cáritas estamos convencidos de que las personas que han cometido algún delito a lo largo de su vida, también merecen una segunda oportunidad, aunque conseguirla debe suponer cambios personales, asunción de responsabilidades y motivación para el cambio cuando salgan en libertad, una vez cumplida la pena». 

Ana López y Paqui Díaz son las responsables de Cáritas Diocesana que han trabajado o trabajan directamente con los reclusos. La primera inició el programa que hoy continúa Díaz hace ya más de 25 años y ambas resaltan lo gratificante que es el desarrollo de este tipo de iniciativas. Cuando llegas a la cárcel, te puedes encontrar perdida, pero el trabajo en ella «engancha», indicaron.

Inicios. López recordó los inicios, señalando que la cárcel es un espacio muy cerrado al exterior y, por el año 1998, «no había mucho movimiento de entidades». En aquel momento, Cáritas valoró la posibilidad de intervenir en el módulo de mujeres y así lo hizo, empezando a «normalizar la vida en prisión».

Ana López y Paqui Díaz, responsables del programa de Cáritas en la cárcel.Ana López y Paqui Díaz, responsables del programa de Cáritas en la cárcel. - Foto: C.A.Una de las primeras actividades que se llevó a cabo fue un taller de encuadernación, en el que participaron hombres y mujeres, actividad «mixta» que no era muy habitual en las cárceles españolas y que se desarrolló en Albacete con el objetivo de fomentar la creatividad y habilidades de todo tipo.

Desde entonces, el programa Abrir Ventanas ha ido avanzando e incluyendo otro tipo de actividades, aunque la finalidad sigue siendo la misma «establecer un espacio de libertad dentro de un espacio carente de libertad». En este espacio, los participantes pueden proponer, las normas de funcionamiento y relación se plantean entre todos, se lleva la calle al centro penitenciario, se trabajan temas ocupacionales y de convivencia, se les prepara para la salida e intentan manejar la ansiedad.

«Es una frustración constante, una alerta permanente porque están en un entorno agresivo y hostil», indicó López.

Los participantes en el programa de Cáritas tienen condenas muy diversas, en algunos casos se trata solo de meses y en otras de muchos años. La desvinculación con la calle y con la familia genera miedo y ansiedad. El problema es que la persona que está privada de libertad idealiza la vida fuera de la cárcel. Se imagina que cuando salga todo va a ser como lo dejó y salen a la calle y se encuentran con que «no hay nadie», explicó Paqui Díaz, indicando que se dan de frente con un «choque de realidad brutal».

Si a esa dura realidad le sumamos que más del 80% de las personas que cumplen condena en prisión están en situación de pobreza o exclusión social, las dificultades son mayores si cabe. «Antes de entrar en la cárcel ya tenían una situación complicada, de falta de formación y de herramientas personales adecuadas», manifestó López, destacando que, además, «los reclusos salen al mismo entorno difícil en el que ya estaban y se sienten como una carga hasta que puedan empezar a aportar algo. Eso genera ansiedad para la persona que sale a la calle y para la familia».

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