Cruzar continentes y océanos a los mandos de un caza supersónico, es la oportunidad con la que todos soñábamos de niños», con estas palabras inicia el capitán del Ala 14 albacetense, Adrián de Benito, la narración del viaje que ha realizado pilotando un Eurofighter desde la Base Aérea de Goose Bay (Canadá) hasta la de Eielson, en Alaska (EE.UU.) para participar en el ejercicio Arctic Defender.
El viaje se inicia a las 6,30 horas en uno de los hangares de la base canadiense ubicada en Labrador, la misión consiste en trasladar por aire la agrupación de aeronaves del Pacific Skies al completo hasta el otro extremo de Norteamérica. En un mapa se muestra la ruta a seguir. Una línea recta de 5.000 kilómetros.
Como los Eurofighter no tienen alcance suficiente para realizar la ruta por su cuenta irán acompañados por los pesados Airbus 330MRTT, que les suministrarán en vuelo el combustible necesario para alcanzar el destino, como narra el capitán De Benito. «Por consideraciones operativas, me asignan como punto tres a una formación mixta germano-española, siendo el líder y el punto dos los Eurofighter de la Luftwaffe. En total seremos tres cazas y encabezaremos la estela que seguirán las otras 21 aeronaves de la agrupación en su camino hacia Alaska».
Los tres Eurofighter con los aviones de reabastecimiento en pleno vuelo. - Foto: Ejército del Aire y del EspacioSe repasan alturas, velocidades y consumos previstos de combustible.
El vuelo. Tras las comprobaciones meteorológicas pertinentes y las últimas revisiones de los mecánicos los aviones se ponen en vuelo. «Mi formación se va al aire conforme al plan y ganamos altura. El avión cisterna despega detrás y las maniobras para reunirnos con él son más bruscas de lo habitual. Nadie quiere fallar en esta fase tan crítica. El sol atraviesa la carlinga. Hace calor y se respira presión, alerta, estrés. El cuerpo siempre protesta a bordo de un Eurofighter. Y fuera de la carlinga, a semejanza de los desiertos, la vastedad y el silencio reinante en los cielos recuerdan al fugaz visitante el sentido de su propia fragilidad».
Tras una hora de vuelo, han atravesado la península de Labrador y sobrevuelan la bahía de Hudson. «A la vista de la infinita, helada y despiadada banquisa ártica, pocos pueden escapar al escalofrío de pensar lo que pasaría si cayesen ahí. Es en esta zona donde tiene comienzo la primera operación de repostaje. Nuestro Airbus 330MRTT despliega las dos mangueras de combustible, una detrás de cada ala, en cuyo extremo hay un embudo, también conocido como cesta en la jerga de los pilotos. Es en la citada cesta donde los Eurofighter deben introducir su sonda de reabastecimiento, una especie de brazo telescópico que sale del morro del avión y que sirve de tubería para trasvasar el combustible al caza».
Los primeros Eurofighter se posicionan detrás de las mangueras para comenzar la operación. «La cesta se mueve a la par del avión cisterna que la remolca, a 600 kilómetros por hora. En esas latitudes es frecuente encontrarse con corrientes en chorro muy fuertes que hacen que la cesta salte en todas direcciones de forma impredecible. Un Eurofighter alemán hace el primer intento. Se aproxima cauto e indeciso. Intenta introducir la sonda en la cesta pero no lo logra. El silencio invade la radio, mal comienzo para la misión. Si no conseguimos reabastecer tendremos que aterrizar en algún aeródromo de alternativa, donde quedaremos a nuestra suerte hasta que lleguen los Airbus A400M de apoyo logístico. Me aliento a mí mismo repetidas veces: hazlo como siempre, alinéate con la cesta, iguala la velocidad, comprueba luz ámbar, avanza decidido, corrige suave. Es en esos momentos en los que el tiempo parece detenerse y el cuerpo se fusiona con el avión para maniobrar como un único ente. La cabeza solo piensa una cosa: hazlo. Un sonido metálico y grave indica que el acoplamiento ha sido correcto. El combustible fluye a través de la sonda hacia los depósitos de mi Eurofighter».
Pasados unos minutos, los cazas alemanes también consiguen repostar. Las horas y los reabastecimientos se suceden. «Cuando llevamos ya seis horas de vuelo y con combustible suficiente para alcanzar Alaska, nos separamos del avión cisterna y la formación mixta germano-española de tres Eurofighter aceleramos para agilizar la llegada».
El parte meteorológico no trae buenas noticias, nubes bajas, visibilidad reducida y lluvia. «Sin lugar a dudas, esta no es la escena que un piloto de caza español, tan acostumbrado a los despejados cielos ibéricos, espera encontrar tras una larga misión». Para aterrizar haremos uso del ILS (sistema de aterrizaje instrumental). Iniciamos el descenso y entramos en nubes. Son tan espesas que pierdo de vista a los otros aviones y no se ve a más de unos metros. La información del potente radar permite mantener mi puesto en la formación».
"La torre de control anuncia por la radio algo que no llego a entender mientras volamos la senda de aproximación del ILS. Seguimos sin ver la pista. Hay bastante turbulencia y viento cruzado. A medida que vamos descendiendo me cuesta más mantener el avión estable en la senda. Aquel momento fue angustiosamente eterno, dentro de nubes, cerca del suelo, fatigado tras siete horas de misión, con poco combustible y con la radio chisporroteando. La combinación que tantos accidentes de aviación ha provocado. Tu instinto te pide ascender y salir de ahí. No obstante, es la naturaleza de luchar hasta el último segundo, marcada a fuego en la escuela de caza, la que me lleva a continuar descendiendo en busca de la pista. Y como aquellos magos a los que aún les queda un último truco, acciono el sistema automático de aproximación y me estabilizo en la senda. Segundos después avisto en el morro un bosque y más allá, entre la bruma, las luces verdes que marcan la pista. Exhalando un suspiro, poso rápidamente el avión y dejo que decelere. ¡Por qué poco…!"