Es una obviedad señalar que la política no atraviesa por sus mejores momentos. El descontento ciudadano con los políticos es evidente y se refleja muy a menudo, tanto en estudios demoscópicos que recogen el sentir de la sociedad española como en elevado nivel de abstencionismo que se registra en las diferentes convocatorias electorales. De un tiempo a esta parte, la relación entre el común y los responsables de la gestión pública se ha deteriorado de forma alarmante y ha provocado que surjan opciones que cuestionan principios democráticos que parecían inmaculados en aras de garantizar la convivencia entre los que no comulgan con los mismos principios ideológicos.
Hoy comienza en la Facultad de Derecho de la Universidad de Burgos el XVII Congreso Español de Ciencia Política y de la Administración. Una cita que va a reunir a 600 expertos en la materia y que comienza con una conferencia muy oportuna, que lleva por título El populismo y su impacto en la democracia. Se trata de un fenómeno global, que está generando preocupación en varios países occidentales que han visto como resurgen postulados que parecían haber quedado enterrados en la primera mitad del siglo XX.
El cónclave, en el que van a participar varios rostros conocidos de las tertulias políticas tan frecuentes en televisión, se celebra en vísperas del primer aniversario de las elecciones generales del 23 de julio de 2023. Esos comicios fueron ganados por el PP, pero derivaron en un gobierno de Pedro Sánchez tras someterse a los caprichos del independentismo y despreciar muchos de los mensajes que había trasladado al electorado. En buena medida, ese desdén a la palabra dada y el afán por acomodar los principios a los intereses personales o partidistas están contribuyendo de forma notoria a ese auge de la desconfianza de los ciudadanos hacia sus representantes.
No estaría de más que algunos políticos, en lugar de acusar al prójimo de abrazarse a los idearios populistas que surgen en los extremos hicieran examen de conciencia y reflexionaran sobre el modo en que ellos mismos están contribuyendo a esa polarización porque, de alguna manera, les viene como anillo al dedo para aferrarse al poder.
El famoso «muro» que construyó Sánchez en el comienzo de la legislatura tampoco ayuda a exorcizar los demonios que amenazan las democracias. Lo que siguen necesitando son puentes, como se demostró en la hoy denostada -por algunos- transición española; donde el entendimiento entre los diferentes continúe siendo una necesidad y no una quimera.