Recuerdo en mis estudios de bachillerato el tema de Bravo, Padilla y Maldonado, definidos como traidores, malos y enemigos de la historia española, su ajusticiamiento en Villalar y sus cabezas cortadas y colgadas para escarnio de sus fechorías.
Luego, en mi madurez inicial, no más de veinticinco años, también recuerdo la bandera de las Comunidades castellanas, morado con una torre encastillada, colocado en un pub de Albalate de las Nogueras, donde mi amigo Fredy regentaba con orgullo y prestancia. Ya no eran traidores, ni enemigos, ni malos, ahora eran amigos recordados, defensores de la libertad que ansiábamos y luchadores por nuestros derechos. Había cambiado la historia. Aún así, me costaba entender ese cambio o ese protagonismo a base de cubatas y con ritmo de rock al rock.
Y ahora, en este pasado 2020, funesto y dramático año de pandemia y Covid, lo entiendo de otra manera. Me sumo a un aniversario de quinientos años, en los que la bandera de la libertad, de la opresión señorial y de la valentía de castellanos humildes sonó ante el dominio de reyes y señores autoritarios, hombres poderosos, dominio fiscal y voluntades oprimidas.
Por eso, me siento bien cuando escucho que Toledo, una de las capitales que levantó bandera comunera, festeja este aniversario y lo hace en la figura de una mujer, ahora que está más de moda el empoderamiento femenino, provocando en la conciencia social de nuestros mayores y especialmente, de nuestros jóvenes, ese deseo de ser ellos mismos, de defender el estado de derecho -ese que algunos quieren tambalearlo- y una Constitución basada en derechos y deberes, con democracia, libertad y sentido del equilibrio social.
Y es que este año, Toledo y otros lugares de España, han querido conmemorar el V centenario de la batalla de Villalar en Valladolid, acaecida el 23 de abril de 1521 y que puso fin a la guerra de las Comunidades, recordando obligatoriamente el ajusticiamiento de aquellos principales caudillos de la rebelión, pero especialmente a María Pacheco, la esposa de Juan Padilla, la que después de la derrota y la decapitación de su esposo, en lugar de aceptar el perdón de Carlos V lideró la resistencia comunera en el Alcázar de Toledo, último reducto comunero.
Y ella, como gran mujer, al igual que otros muchos conquenses, en Cuenca, Iniesta, Moya, Cardenete, Villar de Domingo García, Pajarón y Carboneras también lo hicieron, apoyando su lucha en la liberación de la opresión socio económica de un Marqués, Juan Fernández Cabrera, dominante y dominador desde sus tierras de Moya.
María López de Mendoza y Pacheco, apodada por el pueblo castellano la ‘Centella de fuego’ o la ‘Leona de Castilla’ se erigió en un icono de la libertad, luchando hasta el 25 octubre por aquello tan bonito por lo que había muerto su esposo: la libertad. Murió en Oporto, en 1531, aun en rebeldía contra el rey y su hermano Diego Hurtado de Mendoza, poeta y cronista, escribió en su epitafio: «España te dirá mi cualidad/Que nunca niega España la verdad».
Sigamos luchando por esa libertad ausente, si la hubiera, porque ahí estará nuestra seña de identidad como ser humano.