Pocos habrá que ignoren lo que supone ser un aprovechado, vividor, advenedizo, oportunista, trepa, egoísta o materialista. Tampoco será complicado entender lo que supone ser altruista, solidario, desprendido, dadivoso, generoso, filántropo, caritativo o desinteresado. Sencillo es, ha sido o será, cruzarnos con seres completamente embadurnados de lo que podemos considerar virtudes y defectos.
Al amparo de la actividad social, o en eso que se llama la cosa pública, se multiplican los arribistas partidarios, vacíos de ideología, agarrándose con firmeza a cualquier oportunidad que le brinde el azar o el clientelismo más abyecto, que de todo hay. En el capítulo de la solidaridad nos podemos encontrar con todo tipo de personas dispuestas a dar, recibir y apoderarse de recursos con las peores intenciones.
Las grandes demandas sociales, asumidas desde las iniciativas filantrópicas, requieren un esfuerzo propio de gente generosa dispuesta a regalar su dinero, tiempo, conocimientos y capacidad en favor de los que precisan ayuda de todo tipo y condición. El escenario de la generosidad se llena de buena gente, que no reprocha, incluso, los amagos incorrectos de los que tratan de apoderarse de la gestión y dirección con otras intenciones, porque en ese reducto de la necesidad imperiosa nacen esquejes pringados de la más despreciable forma de entender la acción social.
Vividores. Los vividores van acaparando cuotas de poder asegurándose un modo de progresar amasando capacidad de influencia y acomodando su futuro más despreciable, sin atender los auténticos objetivos bienhechores. En esa amalgama de requerimientos ciudadanos inaplazables se introduce, sin disimulo, la acción partidaria para construir redes clientelares donde ubicar a los adeptos proporcionándoles ingresos con los que exigir obediencia y control social, de manera que, cuando los oponentes, por esos avatares de la política, asuman las riendas del gobierno que sea, deberán soportar la presión incuestionable del enemigo dentro, emboscado en colectivos del ideologizado entramado solidario. Cuando el problema social aparece en la pandemia vetusta de una violencia familiar muy arraigada, además de las iniciativas filantrópicas y el esfuerzo de muchos corazones generosos, surgieron los advenedizos políticos acaparando la demanda y exigiendo una respuesta urgente y eficaz de las administraciones, mientras ofrecían su bálsamo de Fierabrás garantizando el éxito de unas medidas milagrosas para resolverlo.
Hemos comprobado contrastando la dura y pura realidad, que no era un asunto especialmente asequible a fórmulas ideológicas, pues los trepas de la progresía, una vez conseguida la responsabilidad, han tenido que reconocer que la soluciones requieren estrategias valientes y pasadas por el descontaminador político, que no hace más que ofertar humo. Eso sí, aparte de lo que se ha logrado con mucha dedicación y generosidad, nuestros poderosos, abrazados a los cargos obtenidos en buena o dudosa lid, asumen el fracaso repitiendo lo que mejor saben hacer, que no es otra cosa que concentrarse delante de edificios oficiales guardando minutos silenciosos difundiendo hipocresía y distrayendo la atención con la plañidera técnica de la pancarta, el lazo y la bandera.
Los ciudadanos, que conocen el percal, saben que la receta magistral se debe diseñar para tratamientos largos y pertinaces dejando a un lado el combate partidario regalando cargos, dinero y prebendas a demasiada gente absolutamente ineficaz. La educación es una terapia perfecta, si se orienta al conocimiento y construcción del bienestar, todo lo contrario de lo que muchos consideran un ejercicio perfecto de adoctrinamiento casposo y coartada para demasiados arribistas ganando pasta sin control. Y en ese nicho de oportunidad para advenedizos, mientras la reiteración de muertes escandaliza a unos y sirve de arma arrojadiza para otros.
Entender esta lucha como algo que requiere cargos, empleos injustificados y regalías con intercambio de favores es un error y el desprecio a lo correcto. Hay excelentes profesionales, seres generosos, solidarios, desprendidos y caritativos dando clases de vergüenza, que requieren mayor atención. Sobran arribistas.