Durante las recientes fiestas navideñas, además de las torpezas propias de obtusos recalcitrantes, algunos dirigiendo los designios del país, hemos ido conociendo reflexiones henchidas de sentido común, que nos permite atesorar esperanza en quienes aún tienen meridianamente claro lo que es el modo democrático imperante en el primer mundo, donde aún consideramos que tiene acomodo España.
A pesar de la innegable aspiración republicana de buena parte de los ciudadanos, la opción generalizada es una estabilidad política, económica y social, que nos permita seguir logrando más y mejores cotas de bienestar. Frente a los desvaríos ideológicos, perfectamente encaminados a la obtención del poder sobre cualquier otro objetivo, la mayor parte de la sociedad observa, preocupada, cómo se deteriora la calidad democrática de las instituciones del Estado amenazando gravemente derechos y libertades, porque la división de poderes, aunque pueda ser imperfecta, garantiza la tutela jurídica, la igualdad y el sistema constitucional que se considera ejemplar. Cuando no faltan las veleidades totalitarias imponiendo normas que desprotegen a quienes deberían defender, algunas apelaciones al sentido común nos recuerdan leyendas y refranes tradicionales, por eso viene al caso lo de las verdades del barquero, absoluta evidencia de lo cabal, de ahí que no sea extraño encontrar determinados abusos contra generosidad ajena, que deteriora la convivencia mediante comportamientos absolutamente egoístas.
Hay quienes desean cruzar el cauce de los derechos apoderándose inmerecidamente de privilegios perjudicando a otros. Estamos contemplando cómo se esquilma bienes para entregárselos a los que no han hecho nada para merecerlos, es más, se revuelcan en el desprecio amparándose en una supuesta fortaleza impostada, pero efectiva. «Pan duro, mejor duro, que ninguno. Zapato malo, más vale en el pie que no en la mano. Si todos pasan de balde, qué haces aquí». Hay muchos ciudadanos empeñados en trabajar y obtener rendimiento justo, que no pueden entender la caradura de quienes se apoderan de su esfuerzo, sin poder evitar que se suban a la barca o, en determinados casos, tirarlos por la borda, como hacía Caronte. Hay verdades actuales, que deben acogerse con mucho vigor, pues la Constitución de 1978 es el mejor escenario para asegurar la unión entre españoles; también su convivencia.
La democracia exige consenso sobre los principios que tenemos consolidados desde hace tanto tiempo, pues somos la primera nación en el mundo, como fuimos un gran imperio, ejemplo de construcción y desarrollo político, económico y social. La discordia no puede infectar a una sociedad como la española, porque el modelo constitucional debe ser el medicamento perfecto para evitar su descomposición garantizando la salud, confianza y estabilidad, al tiempo que permita obviar la incertidumbre. Sin la Constitución no habrá paz y libertad en España.
La solidez del Estado de Derecho admite diferencias, que deben articularse y respetarse, sin dañar al cuerpo común ni generar divisiones, que tanto daño ha ejercido en nuestra historia, cuando causaron sangrantes y cicatrizaron mediante la generosidad, justicia y perdón. La Constitución ha servido para superar la división. Las instituciones del Estado deben actuar con absoluto respeto a la ley siguiendo elementales normas de responsabilidad buscando como objetivo prioritario el bienestar colectivo; por eso se impone la lealtad constitucional sin fisuras. El respeto a cada unas de las instituciones requiere cimentar su prestigio practicando la verdad. Por encima de quienes pretenden reformar incorrectamente el modelo democrático, debemos afianzar el respaldo mayoritario y la suficiente capacidad para avanzar con esperanza hacia el mejor de los futuros.
La experiencia histórica nos ha proporcionado ejemplos desastrosos de repúblicas fallidas, caos y tragedias, que podrían repetirse por el empecinamiento egoísta de unos desmemoriados, envalentonados por la matemática parlamentaria y una indolencia culpable de quienes desea, sobre todas las cosas, mantenerse en el poder.