Miguel Romero

CATHEDRA LIBRE

Miguel Romero


Improperios

13/02/2023

Realmente el término improperios es curioso por sus dos acepciones. La culta y original nos llevaría a los tiempos de la Santa Biblia, cuando reproducen los reproches de Dios al pueblo de Israel; pero la definición de los tiempos modernos nos conduce a esos versículos que cantan en el oficio del Viernes Santo, durante la Adoración de la Cruz. De una u otra manera –y máxime ahora que se acerca la Semana Santa-, es un claro concepto de matiz religioso.
Y fíjate por donde, la palabra improperio casi que se ha puesto un poco de moda, por eso de acoplarle el sinónimo de insulto, desfachatez o descalificación, algo muy propio en los círculos socio-políticos de ahora.
Nos dice el periodista Juan Cruz que «la televisión y los medios de comunicación están llenos de improperios», y ahí vemos que la referencia que tiene el gallego Cruz nos lleva al insulto como «ese gatillo del lenguaje de quién quiere dominar», un medio que nos lleva a la violencia y que no permite otra alternativa a quien lo recibe. Por eso, cuando insultas -sigue diciendo Cruz- el otro, si es educado, no tendrá armas para defenderse porque no tendrá las tuyas. Contra la grosería no cabe discusión, claro está.
Uno recuerda, los muchos alegatos de defensa que grandes de la palabra, como Quevedo, Calderón o San Juan de la Cruz, hicieron al respecto de las injurias y ofensas a que eran muy dados en el Siglo de Oro, pero ahora –en estos tiempos de globalización y posmodernidad- se ha extendido esa 'mala educación' y por tanto, se ha extendido ese mal del improperio cuando se define como insulto o descalificación –la mayor parte de las veces, sin motivo aparente o sin razón, pero se lleva porque está de moda-, ¡qué lástima¡
Y es que, amigos, el acostumbrarse a la mediocridad, a la frialdad, es el peor de los males. Sedimenta y encallece en el mal y mata la vida. El problema del desamor no lo puede juzgar o evaluar el desamor. Quien no ama llega a normalizar el no amor. La persona fría suele penar que está bien, que todos están bien. Una persona puede ser formalmente correcta e informalmente desastrosa.
Por eso, apelemos a la buena educación, dejémonos de improperios e insultos, y confiemos en que todos, por defecto, somos 'buena gente'. ¡Y ya veis qué defecto sería!