Editorial

Llega el momento del balance de los políticos y de los ciudadanos

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Los ejecutivos locales cumplen un año al frente de los ayuntamientos en el actual mandato tras las elecciones municipales y llegan los días de balance. Sus máximos responsables valoran su propio trabajo, algo que también realizan, pero en sentido contrario, quienes tienen el complejo y delicado papel de ejercer una oposición, algo necesario, pero siempre expuesto al riesgo de la hipérbole. No deberían ser días de balance porque en política hechos son amores. Las palabras sirven para rellenar programas electorales y ruedas de prensa colmatados de anuncios de intenciones, pero la realidad es una guionista bastante torticera y suele condicionar al más pintado.

La política, en general, ha sido sometida a la ley del relato. Ya no es importante qué se hace sino qué parece que se hace. Por eso hay quien está decididamente empecinado a controlar el ejercicio de una libre información y opinión, ya sea legislando al estilo de las más arteras dictaduras o maleando a capricho y conveniencia la inversión pública en el mapa de medios. Con todo, la política local lo tiene más complicado, ya que la proximidad provoca que todo esté a la vista del votante y si su calle, su barrio y su ciudad son un lugar mejor hoy que hace un año o peor que dentro de tres. En la distancia corta todo es más difícil y también más erosivo. Mandar cansa. Hay quien ha hecho de la representación pública una forma de vida profesionalizada, pero la exposición continua acaba erosionando al más impermeable.

En ese contexto, el municipal, de poco sirven los relatos hagiográficos o los ataques viscerales. La ciudadanía tiene juicio propio y lo adereza con variables que pueden no tener tanto efecto en unas elecciones autonómicas o generales, no digamos europeas, como las que se acaban de celebrar, pero sí son relevantes en lo cercano. La capacidad de un regidor para empatizar, su talante frente a la crítica o la competencia para escuchar y rectificar son valores que el votante que acude a las urnas locales valora, y mucho, antes de decidir el voto, incluso cuando no es coherente con un posicionamiento ideológico más amplio. Eso no lo cambia ningún balance.

Sí sirven estas 'metas volantes' del mandato para reiterar, adaptar o enmendar intenciones y mensajes, para que los residentes en un municipio o una ciudad sepan cómo evoluciona un equipo de gobierno conforme lo hace el contexto en el que debe moverse. Esa capacidad de adaptación y reacción es lo que verdaderamente acaba definiendo un mandato. Mientras, y ya que es inevitable, procede pedir respeto, formas y fondo a quienes van a hablar de sí mismos y de los demás, porque no deben olvidar que los ciudadanos también realizan sus propios balances y el resultado se plasma cada cuatro años en la cita con las urnas.