En vez de ir al Notario, Juan Lobato debió acudir al Juzgado, si quiere que lo califiquemos con mejor grado de dignidad y honestidad respecto del resto de los miembros de su partido implicados en las tramas vomitivas que los acechan. Evidentemente el acta notarial que levantó con los mensajes recibidos no tenía otro objeto que dejar constancia sobre quien le informó y en qué términos y momentos, conocedor de que el contenido de dicha información y el modo de obtenerla podría ser constitutivo de un delito, buscando salvarse de cualquier repercusión posterior. El lado miserable del caso y que lo equipara a sus amados compañeros en la escala de lodazal, es el hecho ya señalado de que no se apresuró a denunciar lo que consideraba un delito y, sobre todo, que utilizó la información en la Asamblea de Madrid contra Ayuso con ese tono impostado de indignación que suelen utilizar los hipócritas.
Y ahora dimite Juan Lobato como secretario general del PSOE de la Comunidad de Madrid, al tiempo que denuncia estar sufriendo un auténtico linchamiento. Dimite y se atreve a decir que no cree «en la destrucción del adversario, en la aniquilación del que discrepa y del que piensa diferente», cuando ha seguido a pie juntillas el programa de su partido para desprestigiar a su oponente Ayuso buscando compensar el escándalo de la incompensable Begoña. Y dice también que lo hace «para poner freno a una situación de enfrentamiento y división grave que se estaba generando en el partido, que sólo iba a dañar al PSOE en Madrid y a los avances en la unidad que habíamos conseguido en estos tres años». Y lo dice así, tan campante, todavía como defendiendo a ese partido que ya no existe, como si la depravación del PSOE fuera algo espontáneo y accidental y fuera posible sanearlo con la misma estructura de partido, con la misma ideología de pacotilla, las mismas siglas, las mismas tendencias mafiosas y sectarias de caudillismo orgánico impenetrable. Así, como si las personas fueran una cosa y el partido fuera otra.
Por suerte, para Lobato o para Aldama, como para cualquier opositor al régimen y para muchos otros, no estamos en Rusia, donde opera Putin con el agente Novichok. Baste repasar el amplio repertorio de figuras críticas con el Kremlin que han sido presuntamente envenenadas con el Novichok o con polonio por su disidencia contra el régimen ruso; Alexei Navalny, Pyotr Verzilov, Sergei Skripal, Vladimir Kara-Mursa, Alexander Perepilichny o Alexander Litvinenko.
De momento, nuestro agente nervioso mortal, nuestro veneno particular, nuestro polonio patrio, consiste en el sometimiento social ignorante a cualquier autoridad incompetente, perversa y corrupta, en la patología de la incongruencia, en la psicosis de las distorsiones aceptadas como verdades dogmáticas y en la carencia de secuencias lógicas en el planteamiento de las trolas que difunde el líder.