De Concha Velasco me quedo con todo. Me quedo con la profesionalidad de una hija que quiso salir a escena tras la muerte de su madre, a la que tanto quería y a la que tan unida estaba; me quedo con la humanidad de una actriz que interrumpió una representación cuando supo que una señora lloraba porque no consiguió entrada y que, con el permiso del auditorio, empezó de nuevo para que viese la obra desde el principio; me quedo con la excelente dicción de una pucelana que dominaba todos los registros lingüísticos; me quedo con la maestría de una actriz y de una artista irrepetible que ha creado escuela; me quedo con el espíritu infatigable de esfuerzo y de trabajo que le impidió desfallecer a pesar de las enfermedades y de los reveses de la vida; me quedo, en fin, con la asombrosa virtud de adaptación a cualquier papel, a cualquier personaje, para huir así del encorsetamiento.
Uno de los símbolos más fascinantes en la cultura europea es la concha. Griegos y romanos la emplearon para exaltar la pasión, la juventud, la belleza y la fertilidad femeninas. La concha procede del mar, de donde venimos, de donde nació la vida. El humanismo cristiano del Renacimiento revitalizó el símbolo y a su vez lo enriqueció. Si la concha mira al cielo, mantiene la simbología clásica: la Venus de Botticelli, nacida de las fértiles espumas del mar, se acerca a la orilla terrenal de pie sobre una concha abierta, en un contraposto celestial, ayudada por los aires amorosos de Céfiro. Si la concha mira al suelo para proteger la pureza de su interior, como la de las hornacinas de las fachadas de iglesias y catedrales, representa algunas o todas las virtudes teologales encarnadas en santos y vírgenes, como la humildad, la caridad, la gratitud, la templanza, la paciencia o la diligencia.
La Concha joven, pasional, bellísima de sus primeras películas y actuaciones teatrales personifica un primaveral tributo al deseo de agarrar la vida y no dejarla escapar. Pero la figura con la que Concha se sentía más orgullosa, su mejor papel -decía-, fue la de Santa Teresa de Jesús, y razón llevaba pues encarnó con un realismo sorprendente la austeridad, el carácter, el sacrificio, la humildad y la fe de la abulense. Dos conchas, las dos Conchas.