Se tiende a pensar que la violencia de género es algo exógeno a los entornos más cercanos de las víctimas, desconocidos que asaltan a mujeres en un callejón es uno de los arquetipos más reconocibles a la hora de hablar de violencia machista.
Las cifras demuestran otra cosa, una agresión sexual puede proceder de espacios que se consideran seguros como la familia, la pareja o las amistades. Amnistía Internacional cifra en un 27 por ciento el número de mujeres jóvenes que han puesto voz a la violencia sexual dentro de la pareja. Unas cifras que, según el último macroestudio sobre esta cuestión, revelan que tres de cada cuatro mujeres que han padecido violencia sexual o física por sus parejas o exparejas.
Tres mujeres comparten con La Tribuna las situaciones que vivieron con sus agresores, todos ellos fueron sus exparejas. Para preservar su identidad en este reportaje se han utilizado pseudónomios y que no sean reconocidas.
Todas las historias comienzan igual, como un cuento de hadas en el que el 'príncipe azul' llega a la vida de una chica y le da todo lo que antes no había vivido. «Cariño» e «interés» son las palabras más repetidas por B. L., M. F. y F. H., las tres hablan de una relación que empezó «bien», pero que rápidamente se truncó. El control de las redes sociales, los celos, empujones, las bofetadas y discusiones a gritos fueron en aumento con el paso del tiempo. Pese a la brevedad de estas relaciones, todas duraron entre uno y dos años, la «intensidad» crecía cada día.
Tanto que el tiempo libre de estas mujeres «pasó a ser suyo» dedicando incluso «el 90 por ciento del tiempo a él», la distancia con amigos y familiares cada vez era más amplia: «Hacía unos tres meses que no veia a ninguno de mis amigos. Un dia fuimos al cine y en la sala a lo lejos vi a uno de ellos, sin pensármelo me levanté para saludarle, lo que implicó un abrazo», explica M. F., quien recuerda que su expareja estuvo tres días sin hablarla y le acusó de serle infiel: «Fue la primera vez que me pegó».
El patrón de los agresores a la hora de practicar relaciones sexuales con estas mujeres era prácticamente el mismo. Insistencia, tocamientos no deseados, golpes, agarrones y «penetraciones agresivas», culminando en violaciones cuando estaban dormidas.
«Una de las noches tenía sueño y quería dormir, pero él no. Tenía ganas de más, me giré hacia el otro lado y, haciendo comentarios sobre que estaba 'muy cachondo', se puso porno en el móvil y empezó a masturbarse conmigo al lado. Me sentía muy incómoda y traté de dormir, pero empezó a tocarme», relata B. L. Una situación similar vivió F. H., quien recuerda que fue a dormir porque no le apetecía tener relaciones sexuales. Ella se giró para dormir y se despertó repentinamente porque le notó «dentro». En ese momento se quedó «paralizada», no pudo reaccionar debido al «shock».
M. F. habla de unos momentos duros que le han dejado secuelas tras años a la hora de relacionarse con otros hombres: «La violencia empezó en el sexo, con prácticas no consentidas y momentos en los que le pedia parar y el ejercía un fuerza sobrehumana para estuviese quieta. En otros momentos me despertaba en medio de la noche con él sobre mí, desnudo».
Tras una fiesta, B. L. volvió a sufrir otra situación similar: «Lo que iba a ser una relación consentida acabó en una relación sexual llorando, pidiendo parar y con mucho dolor», él acabó y ella trató de dormir. Al día siguiente se despertó «sola y llorando», no entendía por qué le estaba ocurriendo otra vez lo mismo: «Mi mejor amiga vino a casa y vimos que mi cuerpo estaba lleno de moratones. No podía más». Se levantó sola, al igual que cuando su experaja la abandonó tras recoger sus cosas de la casa en la que vivían.
M. F. tuvo la valentía de dejar a su agresor, mientras que a F. H. la dejaron por haber quedado con unas amigas a tomar algo. Ataques de pánico, ansiedad y depresión son los daños colaterales que han dejado una huella imborrable en sus vidas. Ninguna de ellas tuvo la capacidad de denunciar en el momento que ocurrieron los hechos. Por «miedo», «culpa», «vergüenza», «revivir el proceso» o «dependencia emocional» no lo hicieron. Se arrepienten de ello todavía, pero creen que no tienen «la forma» de demostrar que fueron víctimas de violencia de género.
Desde los Centros de la Mujer contactados por este diario animan a todas las mujeres a solicitar ayuda y denunciar cuando evidencien situaciones de abuso: «Aunque el proceso sea difícil, es el inicio de una vida mejor». También reclaman mejoras en el mecanismo de intervención y protección de las mujeres víctimas, ya que muchas desisten o retiran las denuncias por «las trabas institucionales y las deficiencias del propio sistema».