Gol aquí. Y gol allá. Y otro. ¡Y otro más! Los humanos somos animales de costumbres y los humanos-futboleros, habituados como estamos a los caprichos de los organizadores de torneos, pasamos por el aro y nos acostumbramos pronto a cualquier cosa. Los más jóvenes desconocen la sensación del «domingo a las cinco», un sobresaliente ejercicio radiofónico de los tiempos en los que no se televisaba más que un partido (el del sábado por la noche) y los otros nueve -hablo de la Liga- coincidían en el tiempo y convertían los hogares en un delicioso caos herziano de voces, gritos, pitidos e interferencias.
La última jornada de la Champions fue un vaso de nostalgia para quienes vivimos aquello. No sé si «echamos de menos aquello» es la frase correcta, pero que hubiera 18 partidos a la vez y se cantase un gol cada 84 segundos (64 entre las 21,00 y las 22,45) tiene sin duda más encanto que la narración exclusiva de un 0-0 entre equipos de zona media-baja en el que los narradores deben olvidarse del duelo y empezar a soltar chascarrillos para no suicidarse en plena retransmisión.
Para los críticos de nuevo cuño, terminó la primera parte de un engendro que lo ha dejado todo revuelto. Para los defensores, los 3,2 goles de media por partido (superior a las últimas siete temporadas de la Liga de Campeones 'normal') justifican el cambio. Dicen que así «aumenta el factor sorpresa», aunque ninguno de los 'gordos' haya caído por el camino y el Manchester City se haya metido con tres victorias en ocho partidos. Y afirman que aumenta las posibilidades de los modestos, pero el 65 por ciento de los clasificados pertenecen a las cinco grandes Ligas… Excepto el último día, bendita locura, todo ha sido una especie de «cambiar todo para que no cambie nada».