La incompetencia mata

José Francisco Roldán Pastor
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«Situar a los más expertos en la dirección de organismos gubernamentales servirá para prestar los mejores servicios posibles a unos ciudadanos expectantes»

Imagen de los destrozos provocados por la DANA a su paso por la provincia de Valencia. - Foto: E.P.

La avalancha de información nos abruma de tal modo que está produciendo un gran desasosiego. Cada historia o anécdota asume un protagonismo desproporcionado alargando amarguras sin mesura. El dolor no tiene medida y se va adaptando a las diferentes tragedias personales. Los espectadores, tan lejos de los escenarios donde la muerte se ha enseñoreado, contemplan con tristeza esa gran amalgama de incongruencias aderezando muchos reproches cruzados entre las administraciones responsables de un drama colectivo. El lamento desgarrado se entremezcla con la irrefrenable sensación de abandono padecida por tanta gente olvidada.

Cuando el agua arrebata vida y sentimientos es lógico comprender ramalazos de impotencia sujetando una incontenible ira. Los expertos en la propaganda perversa compiten para aprovechar cualquier resquicio que pueda inclinar el odio a su favor o lanzarlo hacia el oponente partidario. La intención de hacer daño está perfectamente tipificada en las leyes para exigir retribución adecuada, aunque demasiado generosa en perjuicio de las víctimas y afectados por el delito.

Los poderes públicos suelen olvidarse con facilidad de quienes deberían verse protegidos, como corresponde al deber y obligación moral que el servicio público exige. En muchas ocasiones, los representantes del poder priorizan asuntos con arreglo a sus intereses más despreciables, lo que permite desperdiciar recursos y esfuerzos hacia lo que debería ser importante para el bien colectivo. Elegir a los miembros del consejo de administración de Radiotelevisión Española, esa máquina de propaganda infumable, ha opacado cualquier otra iniciativa más relevante. El uso pernicioso del rodillo parlamentario no hace más que dejar en mal lugar a un sistema democrático enfermo de petulancia y avaricia. Para una buena parte de ciudadanos hay representantes políticos que son auténticos tragaldabas amasando dinero y esquivando sus obligaciones fundamentales.

El control de los tentáculos del poder sirve para acapararlo y eliminar la contestación eficaz. Y esa obsesión por manejar las instituciones oficiales entre súbditos obedientes permite ignorar los requisitos imprescindibles con los que se debe afrontar una responsabilidad técnica o la gestión, donde es esencial conocen el corpus de normas adecuadas para conseguir eficiencia y eficacia. El situar a los más expertos en la dirección de organismos gubernamentales servirá para prestar los mejores servicios posibles a unos ciudadanos expectantes, muchas veces confiados en lo que se supone una contrastada formación. En las empresas no suele ser normal que un torpe asuma poder durante demasiado tiempo, pues la propiedad exige respuestas eficaces y somete a un control esmerado a quienes deben cumplir determinadas funciones. En el mundo empresarial se conoce las perniciosas consecuencias de la indolencia, impericia o negligencia de los que pueden liderar grupos de trabajo o acometer tareas muy especializadas. La exigencia de capacidad y mérito debería ser incontestable en la elección de personas en la empresa pública y en los organismos dependientes de las administraciones públicas, donde suele haber selecciones con pruebas rigurosas, aunque, desgraciadamente, el compadreo, filtración y manipulación está facilitando el regalo asqueroso de muchos puestos de trabajo, donde el nepotismo campa con descaro.

En los asuntos del agua, la acuciante actualidad propiciada por esta tremenda tragedia que se padece en varios puntos de España, están conociéndose comportamientos aberrantes vinculados a una lealtad incontestable frente a la capacidad y conocimiento que debería imponerse. La negligencia es muy peligrosa, como se ha comprobado en estos días, para la seguridad de los españoles. Se desvía la atención sobre mantras ideológicos absurdos débilmente contrastados, mientras la propaganda interesada sobre el consabido cambio climático pretende llevar al rebaño global hacia objetivos dudosos. La climatología siempre causó desgracias, pero se aprendió o debía haber servido para aprender cómo impedir su reiteración. Los paniaguados no han hecho nada al respecto, porque no saben o pueden. Es la incompetencia lo que mata.