Pedro Sánchez envía un mensaje a sus detractores: está más que satisfecho del trabajo realizado por su gobierno y no tiene la menor intención de rectificar en ningún aspecto. Como se dice coloquialmente, si no quieres taza, taza y media.
Lo demuestra con claridad meridiana al analizar su nuevo gobierno: potencia el papel de Félix Bolaños al sumar a Presidencia el ministerio de Justicia, lo significa que le encarga controlar de cerca a los miembros de la judicatura que han expresado su rechazo al texto pactado con Puigdemont porque lo consideran contrario al Estado de Derecho. Mantiene a Marlaska, enfrentado con los sindicatos policiales y de la guardia civil, que ha demostrado también absoluta incompetencia en su lucha contra la inmigración ilegal y, lo que es peor, con un trato humanamente intolerable hacia los inmigrantes que trataron de entrar en España echándose el agua o saltando la valla en Ceuta y Melilla.
Promueve a más altura a personajes socialistas que se han caracterizado por su fiereza no solo contra el PP sino contra todos aquellos profesionales -fundamentalmente de la judicatura y del periodismo- críticos con decisiones de Sánchez que consideran de dudoso talante democrático, con Óscar Puente como principal figura que utiliza esos modos que con frecuencia caen el insulto: no solo ha nombrado ministro al exalcalde de Valladolid, sino también a su principal colaboradora, Ana Redondo, nueva ministra de Igualdad.
Ha ofrecido ministerios a mujeres de escasa trayectoria, como ya ocurrió en el gobierno anterior, donde en la mayoría de los casos pasaron sin pena ni gloria.
El núcleo dura se mantiene, con José Luis Escrivá que pierde la Seguridad Social porque se supone que está a la espera de ocupar la vicepresidencia económica si se confirma que Calviño será nombrada presidenta del Banco Europeo de Inversiones.
Podemos queda fuera del gobierno, aunque entran dos figuras que fueron importantes en ese partido, Bustinduy y Urtasun, que se echaron en brazos de Yolanda Díaz y Sumar, decisión importante para sus respectivas carreras políticas.
No es difícil hacer predicciones de futuro, porque se mantiene el equipo más cercano a Pedro Sánchez, el incondicional, el que no ha dudado en cambiar de criterio cuando ha cambiado de criterio el presidente, sin una sola queja, sin un solo gesto de incomodidad. El gobierno de Sánchez que nació el 20-N -fecha de importantes connotaciones políticas- es la constatación de que Sánchez se reivindica a sí mismo, no asume la menor autocrítica, no da valor a quienes creen que comete sucesivos atentados contra la democracia, voces que no solo se escuchan en España, sino que pronuncian algunas autoridades de la Unión Europea.
En esa reivindicación de su persona, muy evidente, solo queda una duda: ¿la continuidad de la línea a seguir viene dada por su convicción de que ha hecho un buen trabajo de gobierno, a pesar de las protestas de la calle y del descontento de destacados socialistas que se distancian del sanchismo… o significa que no ha tenido mucho dónde escoger porque ha recibido respuesta negativas de personas a las que ofreció incorporarse a su proyecto? Solo él lo sabe. Pero si efectivamente alguien ha rechazado sumarse a su proyecto, Pedro Sánchez no lo confesará nunca.
No va con su figura de triunfador que siempre se sale con la suya.