Francisco Muro de Iscar

MUY PERSONAL

Francisco Muro de Iscar

Periodista


Gallinas

13/05/2024

No uso el término como un insulto, aunque los hay a decenas demonizando a las gallinas. Desde Lope de Vega o Cervantes a Gonzalo Correas que, ya en 1627, decía "encogerse como gallina en corral ajeno" o Sebastián de Covarrubias que en 1611 señalaba que "al cobarde decimos gallina". Hay, entre nosotros, dichos como "más coqueta que una gallina" o, sobre todo, "más puta que una gallina", que hoy sirven para reflexionar con los adolescentes sobre el lenguaje machista. No voy por los insultos porque no pienso pertenecer a la cofradía de Óscar Puente y de otros como él en uno u otro bando. Tampoco de literatura o pintura, con obras maestras como "La gallina ciega" de Goya o el libro de Max Aub. En casi todos, la gallina es sumisa, dependiente, cobarde, sufriente o discapacitada. Ni siquiera haré referencia a "la gallina Turuleca" de Miliki que ponía más huevos que nadie ni a la Caponata de ese gran programa de televisión que fue Barrio Sésamo.

Yo quiero hablar hoy de cómo nuestro Gobierno ha decidido acabar con el maltrato a la gallina y convertirla en un animal respetado y cuidado. Y de la economía doméstica. Aunque para llegar a ello hay que hablar de un mal de nuestro tiempo y una consecuencia de ello: la fragmentación del mercado y el exceso de regulación son un grave peligro para los dueños de las gallinas. En serio. En España se han promulgado entre 1995 y 2020 al menos 206.777 normas. Esa profusión de normas, diferentes en cada una de las diecisiete comunidades autónomas y con constantes referencias a otros textos legales, convierte el cumplimiento normativo en una pesadilla. Cuantas más normas, más posibilidades de hacer algo mal y, por tanto, de poder ser sancionados. Y aquí entran las gallinas.

De acuerdo con la reciente Ley de Bienestar Animal, cualquier persona que tenga gallinas en su corral -o en su casa, porque, en principio no está prohibido tenerlas en un piso- tiene que presentar ante la Administración correspondiente una declaración en la que conste el número de ellas, garantizar que son para autoconsumo y no para venta y, como se exige en alguna comunidad, tal vez en todas, presentar, copio textualmente, "una memoria ambiental que garantice que no hay impacto en su funcionamiento sobre factores ambientales, que hay disponibilidad de agua potable para su consumo y limpieza de la instalación y luz eléctrica". Más: que "no hay emisión de olores y gases, drenaje natural, cambios de vegetación y mantenimiento dentro del recinto, calidad del paisaje con gran espacio natural para su disfrute".

¿Creen ustedes que eso es todo? No. Además se exige un croquis de la instalación -no piden que sea hecho por un arquitecto, que es todo un detalle- "cubierta en su totalidad con aislantes térmicos en paredes y techos acústicos con una superficie de 65 metros cuadrados". Es decir, más que muchos

¿Creen ustedes que eso es todo? No. Además se exige un croquis de la instalación -no piden que sea hecho por un arquitecto, que es todo un detalle- "cubierta en su totalidad con aislantes térmicos en paredes y techos acústicos con una superficie de 65 metros cuadrados". Es decir, más que muchos apartamentos para personas. Pero, además, deben disponer de "comederos y bebederos con dispensadores, ponederos individualizados y dormideros en altura". Deben tener "una puerta de entrada de gran tamaño y ventanas de ventilación grandes, cercado exterior de todo el perímetro en su totalidad con una superficie de 300 metros cuadrados para su disfrute y seguridad". Sólo falta decir que en invierno tienen que salir abrigadas al corral. Si no disponen de todo eso, si sus dueños no hacen un registro administrativo -sólo en Galicia se han registrado más de 40.000, imaginen el trabajo extra para decenas de funcionarios- no sólo no podrán comprar una gallina sino que se enfrentan a multas de 600 a 3.000 euros. Eso sí, tendremos un censo completo del Parque nacional de gallinas -aunque ignoremos cuántos trabajadores fijos discontinuos tenemos- y éstas van a vivir como reinas. Mejor que sus dueños que, a lo peor, ni disponen de esos metros cuadrados ni de aislamiento térmico ni de calefacción. Todo sea por el bienestar de las gallinas tan mal tratadas históricamente. Y menos mal que tenemos políticos de altura que se preocupan por las gallinas, pero, sobre todo, por nosotros.