Con ocho puntos de ventaja en la cuarta posición a falta de nueve por jugarse, el Atlético de Madrid ya siente suya la clasificación para la Liga de Campeones por duodécima temporada consecutiva con Diego Simeone, zanjada este domingo sólo a falta de la certeza matemática por un golazo de Rodrigo de Paul a última hora frente al Celta (1-0).
En un partido gris, que ganó de repente, sin merecerlo, apagado casi siempre por su rival, su objetivo mínimo, siempre prioritario, y el consuelo o ni siquiera eso para la exigencia que tiene y debe asumir este Atlético, ya está casi hecho. Una sola victoria del Athletic Club en las últimas seis jornadas ha sido una invitación para solucionarla cuanto antes. El grupo madrileño ha ganado cinco de sus últimas seis citas.
Es la diferencia en un tramo final que aparentaba más riesgos, más tensión y más presión de la que ha sufrido el Atlético, que ha reaccionado en el momento exacto para ni siquiera dar el margen a la duda en la cuarta plaza, encaminada desde que en su anterior encuentro al calor de su público en el intenso Cívitas Metropolitano se impuso por 3-1 justo al Athletic.
Este sábado, como ha hecho en 33 de sus últimos 37 compromisos en su estadio (o en 26 de sus 29 duelos en concreto en LaLiga EA Sports), también doblegó al Celta, que vislumbra el futuro más inmediato, las tres jornadas restantes, con cierta inquietud: no sólo su buen partido en el Metropolitano, mejor casi siempre que el Atlético, no le valió para sumar nada, sino que sí venció el Cádiz, que marca el descenso. Está a cinco puntos.
El Atlético sólo supero al principio y al final. De inicio, en un cuarto de hora prometedor. La tuvo Correa, después Lino y luego surgió Guaita. Su mano izquierdo salvó dos goles en un minuto. El primero a derechazo de Riquelme. El segundo, en otro de Lino. Los dos dentro del área. Dos paradas cruciales que marcaron, sin embargo, un antes y un después para el primer tiempo y más allá.
Instante a instante, metro a metro, el compacto Celta, cuya agrupación intensa de jugadores transformó el centro en una cantidad de piernas insuperable para el Atlético, se reafirmó en el partido, en su defensa y en su transición hacia el campo rival, en la misma medida que decrecía el rojiblanco, cada vez más acurrucado y apurado en su territorio.
Simeone cambió sistemas y posiciones sin resultado. Riquelme pasó de la izquierda a la derecha sin más protagonismo. A Griezmann, tan esencial en el comienzo del campeonato, ni se le vio. Es la sombra de figura imponente de hace dos o tres meses. Correa insistió siempre, en desventaja de envergadura y posición en cada pugna con los centrales, más punzante cuando apareció en la transición en medio campo que en la punta de referencia. Lino encaró siempre a dos para volver atrás. Los pases largos de Koke era el recurso.
Lo había probado el técnico esta semana, esos envíos en largo a la espalda de la defensa celeste. Salió uno en el primer tiempo. El remate de Marcos Llorente no tanto, sencillamente a las manos del portero visitante; un espectador más desde aquel remate al cuarto de hora de Lino. Oblak vivió más inquieto, por más que siempre apareció Witsel para aplacar varias amenazas, como el centro al que asomó Strand Larsen al borde del descanso.
El Atlético se sentía incómodo. Todo lo contrario que el Celta. Cuando apareció el intermedio, el panorama era más agradable para el bloque celeste, más y mejor en campo contrario, que para el equipo rojiblanco, reducido a sus dominios, a más de 50 metros de la meta contraria, expuesto al control de su adversario y sin capacidad para relanzarse arriba.
Es más, en el laberinto en el que estaba el Atlético, soporífero en la salida, previsible en el ataque, inmóvil para remover los espacios, el aplauso de la tarde fue para Jan Oblak. Por su parada. El contragolpe del Celta derivó en un balón al centro del área para el remate de Iago Aspas, solo, cómodo, con la derecha, al que respondió el portero esloveno con reflejos.
La única ocasión de todo el segundo tiempo, ya por el minuto 58. También la primera de verdad en todo el encuentro del Celta, mientras Griezmann empeoraba aún su primer tiempo, Morata había reemplazado en el descanso a Lino y apenas había tocado un par de balones más de quince minutos después y el Atlético era un equipo más que desdibujado.
Oblak pedía más a sus compañeros, antes de un tiro de Beltrán que provocó una nueva estirada suya. Otro aviso más para la apariencia fantasmal sobre el campo del Atlético, reaparecido con un derechazo alto de Griezmann, cambiado después por Memphis, de vuelta a la competición tras seis partidos de baja por otra lesión. Su primer intervención fue una pared y un remate. Minuto 75. El primero del Atlético entre palos del segundo tiempo.
Un remate acrobático de Pablo Barrios, despejado a duras penas entre Guaita y el larguero, animó más al equipo rojiblanco para el tramo final. Aún salvó el portero otro remate de Memphis, cuando, de repente, De Paul se inventó un golazo: controló con el pecho un despeje y sin dejarla caer conectó una volea espectacular a la escuadra. El golpe ganador.