Comparte frontera con Ucrania y tiene estrechos vínculos culturales con Rumanía. Y son dos de las principales razones por las que Moldavia se ha convertido en campo de batalla entre la Unión Europea y Rusia, que se disputan el control de este país.
«La mejor forma de fortalecer la democracia y la libertad en Moldavia es la entrada en la UE», aseguró Maia Sandu, presidenta moldava, durante un reciente y multitudinario mitin en Chisinau, capital de la antigua república soviética.
Moldavia, antaño considerado el Estado más pobre del Viejo Continente, está dividida en dos. Una mitad aspira al ingreso en el bloque comunitario y la otra aboga por conservar los lazos políticos y comerciales con el Kremlin.
Y, en el medio, se encuentran los emigrantes, en torno a la mitad de la población, que trabaja en Rusia, Ucrania y en varios países del sur de Europa.
Europeísmo en vena
Sandu, de corriente liberal, asumió el poder a finales de 2020 -previamente había ejercido como primera ministra, desde junio hasta noviembre de 2019, cuando su Ejecutivo fue destituido por una moción de censura- con una agenda claramente europeísta después de cuatro años de Gobierno del socialista Ígor Dodon, gran admirador del presidente ruso, Vladimir Putin.
Además de tener experiencia en el Banco Mundial, esta economista con experiencia laboral en Estados Unidos es políglota, lo que la convierte en una perfecta interlocutora para Bruselas.
En un intento de borrar la mancha de la corrupción que acompañaba a los liberales moldavos, introdujo valientes reformas judiciales y atacó sin piedad a los oligarcas, la gran lacra de los países del espacio postsoviético. A su vez, redujo la dependencia energética del gigante del norte, denunció acuerdos con la Comunidad de Estados Independientes (CEI) -creada tras la ruptura de la Unión Soviética-, impidió la visita de altos funcionarios del Kremlin y prohibió la emisión de la televisión rusa.
En los últimos tiempos se han sucedido las visitas a Chisinau de funcionarios comunitarios y dirigentes europeos -incluido Hungría-, que han mostrado su pleno apoyo a las aspiraciones europeístas del país.
Como resultado, Moldavia dejó atrás a Georgia y recibió junto a Ucrania el estatus de candidato al ingreso, aspiración que el Parlamento acuñó como «irreversible» en una reciente resolución, y la UE aprobó hace unas semanas una misión civil contra la amenaza híbrida rusa.
Enemigo a las puertas
Las relaciones entre Chisinau y Moscú han sido tensas desde la caída de la URSS. El Ejército ruso apoyó a la región independentista de Transnistria en su guerra separatista con Moldavia (1990-92). Pero la llegada al poder de Sandu ha disparado de nuevo todas las alarmas.
«Las relaciones son extremadamente tensas», reconoció Dimitri Peskov, portavoz del Kremlin, quien ha pedido «cautela».
Sandu llegó a temer que su territorio se convirtiera en el «segundo frente» del Ejército ruso si este tomaba la costa ucraniana en el mar Negro (Odesa), con la excusa de proteger a los transnistrios.
Al respecto, el ministro de Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, aseguró que Occidente busca convertir Moldavia en la «siguiente Ucrania» y acusó a Sandu de estar «ansiosa» por ingresar en la OTAN.
La presidenta declaró el estado de emergencia nada más iniciarse la intervención militar rusa en la vecina Ucrania, de donde recibió a cientos de miles de refugiados.
Putin apoyó abiertamente a Dodon en las elecciones de 2020 y condenó su posterior arresto domiciliario. A su vez, respaldó al partido prorruso Shor, cuyo líder, el oligarca exiliado en Israel Ilon Shor, ha sido condenado a 15 años de cárcel y privado del acta de diputado.
En respuesta, Sandu inició un proceso de ilegalización de Shor, aunque uno de sus líderes ganó recientemente las elecciones en la autonomía de Gagauzia, otro bastión prorruso en territorio moldavo.
Además, en la nación crece el temor a una invasión rusa. Sobre todo, en algunos pueblos de Transnistria, donde las tropas rusas están instaladas desde hace años.
La gran oportunidad
Desde el principio de la campaña militar rusa, Sandu lo tuvo claro. Antes de que los líderes occidentales se atrevieran a viajar a Kiev, ella se reunió en la capital ucraniana con el presidente Volodimir Zelenski. «Tenemos que detener a Rusia y ayudar a Ucrania a ganar la guerra, de lo contrario, todos estaremos en peligro», proclamó.
A finales de mayo prorrogó el estado de emergencia por otros 60 días ante el riesgo de nuevas violaciones del espacio aéreo, en alusión al impacto de misiles rusos en territorio moldavo. Porque, a su juicio, el continente se enfrenta a «la mayor agresión militar desde la Segunda Guerra Mundial».
«Estaremos con Ucrania el tiempo que sea necesario. Si no fuera por la resistencia y coraje de Ucrania, Moldavia estaría también amenazada», constató.