Las estafas se caracterizan por usar artimañas para conseguir engañar. La víctima dispone de sus bienes voluntariamente, pero con la decisión viciada por una mentira más o menos elaborada. Los policías de ayer solían distinguir entre cuento largo y corto, según el procedimiento desarrollado para alcanzar el objetivo. La conducta tramposa podía alcanzar a personas bien formadas, incluso especialistas en la materia, que sucumbían ante una estratagema bien pergeñada, lo que daba un halo de popularidad a los mejores timadores.
Son muchas las estratagemas empleadas para conseguir doblegar la voluntad de miles de confiados ciudadanos, embelesados por un relato falaz para donar sin precauciones sus dineros. La picaresca ha ido incorporando trucos, algunos muy ingeniosos, para retorcer argumentos capaces de embaucar a quienes se ponen a huevo. No hay defraudador sin camelado, que en demasiadas oportunidades se ofrece generosamente por ignorancia, descuido o vagancia, aceptando las triquiñuelas que le ponen delante con mayor o menor precisión. Cuando se usan documentos para preparar un truco, la habilidad del farsante es esencial si logra que su víctima no se esmere en conocer detalles o esquiva la intervención de expertos en la materia, encargados de proteger los intereses de personas y empresas, normalmente, bien remunerados.
Escandalosos fraudes.
Siempre se ha entendido que una persona bien informada y precavida es muy complicado de estafar, sin embargo, hasta los especialistas han podido ser guindados por otros homólogos, tapados en el lado oscuro de la fuerza. En el ámbito de la actividad política se han cometidos escandalosos fraudes, y seguimos contrastando la excelente preparación torticera de auténticos expertos en el timo social. Como en cualquier defraudación, un compromiso electoral no cumplido supone un engaño flagrante, que debería ser retribuido legalmente, como el silencio o mensaje equívoco para que los potenciales votantes ignoren las verdaderas intenciones de unos candidatos concurrente a las elecciones. Los ciudadanos, completamente burlados, entregan su confianza a unos tunantes, que sacará provecho de su trola. Un pasmado suele ser el mejor partenaire para el farsante de turno. Cuanto más majadero, mejor resultado del cuento.
En determinados supuestos, un despistado o vago, que no se fija en los detalles de la trampa, está colaborando de tal modo, que se podría considerar impune la sesuda maniobra, porque no ha existido engaño bastante. En la insidiosa actividad parlamentaria, como estamos conociendo últimamente, las argucias gubernamentales prevalecen con descaro, especialmente, en asuntos que tienen dificultad para sobrepasar las cortapisas de la oposición o, sencillamente, para ridiculizarla. Los subterfugios cobran protagonismo ante la decadente manera de lograr vencer al contendiente partidario. Colocan normas aprovechando la tramitación de leyes, que no tienen nada que ver con el objeto principal del debate previo, de manera que no pocas veces se promulgan textos escondidos adecuadamente, como la trama de un timo cualquiera. Las negociaciones, más bien parecen cuentos largos, argucias para conseguir el error de la otra parte, que constata la trola demasiado tarde. Es una lucha insistente contra la sinceridad y lealtad institucional, que exige luz y taquígrafos a la hora de confrontar posiciones para que los ciudadanos, muchos engañados, puedan conocer las reglas del debate.
Filibusteros políticos.
No hay más que filibusteros políticos construyendo trampas sin remilgos. Pero los tramposos pueden disfrazarse de falsos torpes cuando sucumben ante la extorsión abdicando de sus obligaciones sagradas, como es defender la legalidad y proteger los derechos y libertades de los españoles. Colaborar expresa o tácitamente con la traición ética no tiene justificación legítima.
Entregar la soberanía nacional a intereses bastardos no puede aceptarse en buena lid. Defraudar la confianza de muchos ciudadanos no es más que negar compromisos y expectativas. Representantes políticos mostrando solvencia moral, sin tenerla, entre tramposos y torpes.