La declaración de un intermediario encarcelado por la presunta comisión de gravísimos delitos tiene un alcance relativo. Personajes de toda condición han pasado por los juzgados en situaciones homologables a las de Víctor Aldama y se ha comprobado que muchos persiguen atraer foco, señalar a quienes consideran que no les han ayudado o establecer una supuesta línea de colaboración con la Justicia que reduzca el impacto de sus sentencias. Ayer, Aldama testificó a petición propia en lo que estaba anunciado como lo que fue: una acusación en serie para señalar como corrupta a toda la cúpula del Ministerio de Fomento que dirigía el ex mano derecha de Pedro Sánchez, José Luis Ábalos, y situar al propio presidente en el epicentro de maniobras repulsivas como los enjuagues con la vicepresidenta de la dictadura venezolana Delcy Rodríguez.
Lo cierto, al margen del escaso crédito que, sin aporte de prueba documental, se puede dar a la testifical de Aldama, es que al presidente se le van cerrando los círculos que le rodean desde hace ya meses y que señalan a colaboradores tan cercanos como íntimos, cuando no a su propia familia, en causas que resulta difícil creer que desconociera. Con todo, sin prueba de cargo o sentencia argumentada las acusaciones se quedan en ese ámbito hasta que se pruebe su veracidad, pero hay algo que sí es imputable a Pedro Sánchez. Al ahora presidente le hubiera sobrado la mitad de lo que ha sucedido en torno a las denuncias a su mujer, a su hermano, a su hombre de máxima confianza durante años e incluso a su actual secretario de Organización para atacar con furia y ensañamiento la honestidad del rival político. Pedro Sánchez es un gran amante de la política del embudo, esa en la que la parte ancha siempre es para él y la estrecha, para sus rivales. Las mofas y reclamaciones grandilocuentes sobre el testimonio de Aldama no podrán ocultar que donde ahora se ve el PSOE de Sánchez se vieron otros antes, y la actuación del presidente y su entorno está a la vista de todos. Así, el 'sanchismo' ha atacado sin duelo a la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, por tener a su pareja inmerso en un caso de un presunto delito fiscal, pero al mismo tiempo se rasga las vestiduras cuando a Sánchez se le piden explicaciones por la repulsiva trama de corrupción que germinó, creció y se multiplicó en el Ministerio de Transportes al abrigo de su mano derecha.
De estas realidades se nutren personajes esperpénticos como Aldama o Villarejo, expertos en emponzoñar a una clase política que perdió todo el crédito social cuando decidió que es una magnífica noticia quedarse tuerto siempre y cuando el rival pierda la vista. Y así estamos, todos ciegos.